viernes, 26 de agosto de 2011

FUSION DE HORIZONTES

La fusión de horizontes supone un esfuerzo mayor a la simple defensa argumentada del propio punto de vista. Es la clave para conseguir una comprensión real de un argumento o comportamiento radicalmente distinto al propio. Su dificultad radica en la necesidad de no “contaminar” el proceso de comprensión con el marco de referencia propio, que emerge siempre de manera inconsciente. Por eso, hace falta una actitud altamente auto-crítica que permita un estado de alerta frente a la fácil tentación de querer juzgar siempre desde el propio punto de vista.


En esta tarea, cabría pensar que los colombianos contamos con una ventaja otorgada por la marcada diversidad de nuestra cultura. Estar siempre al lado de otros distintos es, en principio, el escenario ideal para poder descentrarse del propio mundo e intentar una comprensión de la diferencia. Pero, de modo paradójico, encontramos que nuestra cultura es una de las más intolerantes y violentas. Estar con alguien diferente genera en nosotros, ya no respeto ni mucho menos curiosidad, sino temor y una marcada necesidad de resaltar la diferencia. Este comportamiento responde, tal vez, a una historia bañada por el horror de la violencia, pero sobre todo por un profundo individualismo que bloquea la humana necesidad de conocer a otros y de enriquecerse con mundos nuevos. Solo si las nuevas generaciones procuran trabajar en torno a este descentramiento, será posible alcanzar una sociedad en paz.

Desafortunadamente, el camino que muchos han emprendido con miras al diálogo y al reconocimiento de la diferencia, sufre del mismo problema que arriba se expone. Las minorías que luchan por sus derechos, tienden a configurar un discurso altamente excluyente que lo que consigue es polarizar de modo radical a la sociedad. El lenguaje utilizado por quienes representan estos sectores de la sociedad está poblado de adjetivos que descalifican a quienes “no son como ellos” o a quienes tienen una idea distinta acerca del mundo y de la sociedad. De este modo, su esfuerzo de vinculación social corre el riesgo de fracasar rotundamente pues la única manera de existir socialmente será desde lo distinto e irreconciliable. Perpetuar lo radicalmente distinto solo servirá para impedir el encuentro y el descubrimiento de lo común y, sin espacios comunes, es imposible la construcción de una sociedad real.

Un punto de partida para la superación de esta gran tara social que hoy enfrentamos sería el esfuerzo por procurar una fusión de horizontes en la vida personal. Ya que para la mayoría de los colombianos, la tarea no es la incidencia directa en las grandes estructuras sociales, sino la construcción diaria del propio entorno personal, es desde allí que nos corresponde iniciar el cambio y confiar en sus importantes repercusiones. La fusión de horizontes empieza por el abandono del “ego-mundo” y la búsqueda entusiasta del mundo del otro. No se trata de reafirmar la propia diferencia frente a los demás, sino de aprender a descubrir que en la aparente diferencia del otro, hay un yo mismo que puedo reconocer y comprender. Es de este modo que la cultura entrará por caminos reales de reconocimiento que traerán consigo la conquista del respeto y la paz, bienes tan necesarios y anhelados por nuestra herida sociedad colombiana.

miércoles, 24 de agosto de 2011

CONSIDERACIONES

El aborto como acto legítimo de la libertad de la mujer o como crimen silencioso de una vida que comienza, son las dos posturas ante un tema espinoso y difícil pero de urgente reflexión. Los argumentos son radicales y hacen imposible cualquier posibilidad de diálogo. Además de lo problemática que ya en sí misma es esta realidad –la de los miles de niños que dejan de nacer–, el panorama se oscurece aún más cuando es imposible entablar un diálogo entre dos posturas extremas. Ante estos casos y teniendo en cuenta sobre todo que cualquier realidad humana encierra la posibilidad de diálogo, es conveniente intentar la “fusión de horizontes” que Gadamer ha explorado como herramienta de interpretación.


Dicha fusión supone analizar aspectos que exigen al espectador salir de su punto de vista, desplazarse de su horizonte habitual hacia un terreno en el cual es posible compartir la perspectiva del otro. El simple hecho de compartir por un instante la misma mirada ya supone un primer paso en el camino hacia la comprensión. Es desde esta perspectiva que se presentan las siguientes consideraciones con respecto al aborto, pues para quienes defendemos la vida como derecho fundamental, se pueden convertir en herramientas importantes para invitar a que desde otros extremos, se observe nuestro horizonte y, desde luego, para que nosotros salgamos del nuestro a comprender motivos y razones de las otras posturas.

La OMS ha publicado ya varias veces resultados desalentadores con respecto al uso del preservativo como método de planificación y como prevención de enfermedades de transmisión sexual. Los motivos de este fracaso están, la mayoría de las veces, en factores culturales. En África, la repartición gratuita de dicho artículo, representó la opción para muchos, de tener una piñata infantil decorada al estilo americano. Se comprobó que entre el 70% y el 80% de los preservativos repartidos no tenían como destino el uso al que estaban destinados. Estudios socio-culturales concluyeron que para muchos africanos, el uso de un elemento externo en una relación sexual, suponía ir en contra de sus convicciones ancladas en una profunda vinculación con la naturaleza. Este caso, dentro de muchos otros relacionados con los llamados asuntos de salud sexual y reproductiva, muestra la terrible omisión de pensar soluciones sin tener en cuenta a quienes viven los problemas.

El caso del aborto es un ejemplo más del profundo desconocimiento en materia humana, cultural y social. De diez mujeres que abortan, ocho lo hacen por temor a ser recriminadas socialmente o por amenazas de su pareja o incluso de sus padres. Esta cifra escalofriante pone en evidencia la falacia del argumento de la libertad. En países como el nuestro, en el que la mujer aún tiene que luchar para ser reconocida y valorada, es absurdo defender el aborto como un acto legítimo de libertad. El pleno ejercicio de la libertad supone un contexto que ofrezca las condiciones materiales y espirituales para que la persona pueda reconocer cuáles de sus acciones son efectivamente libres. En nuestra cultura, la mujer libre no es la que aborta; es la que se atreve a desafiar a la sociedad dando a luz una vida en condiciones no ideales, movida por un profundo amor.



lunes, 22 de agosto de 2011

CAPACIDAD DE ASOMBRO

El asombro ante la realidad es la actitud propia e ineludible de quien aspira a ejercer el oficio del filósofo. El talante filosófico no es compatible con el acostumbramiento ni mucho menos con la indiferencia. Sólo quien se sorprende día a día con lo que le rodea, por más cotidiana que sea su existencia, será capaz de filosofar en serio. Esta condición sine qua non del filósofo es la que permite atravesar el velo de lo siempre dado para descubrir aquello que hace que cada cosa esté revestida una novedad tal que exige indagar en su constitución y más allá de ésta, en sus causas últimas.


Platón, en Teeteto, narra el accidente de Tales de Mileto:



"para contemplar las estrellas alzó la vista y cayó en un pozo, y entonces una muchacha lista y graciosa, tracia, se burló de él, pues se afanaba en saber lo que hay en el cielo pero le pasaba desapercibido lo que tenía delante suyo, a sus mismos pies. Y esta misma burla sigue alcanzando siempre a los que viven en filosofía".

La risa de la muchacha tracia, ha tenido gran eco en la historia. El quehacer filosófico sigue siendo considerado en muchos casos, un ejercicio que carece completamente de utilidad y que no hace más que distraer a algunos de los acontecimientos diarios. Estos acontecimientos, llenan las páginas de los diarios, el tiempo de los noticieros y, de paso, las mentes de aquellos que viven inmersos en la rutinizada vida moderna. Así, la capacidad de asombro tiende, de modo vertiginoso, a desaparecer como actitud vital. La sorpresa ante lo sucedido es cada vez más escasa. Hechos tan espeluznantes como la guerra y los ataques terroristas residen con anticipación en la imaginación gracias a Hollywood, de modo tal que cuando estamos ante ellos, no son más que la repetición de una escena ya conocida que no genera en nosotros más que un profundo hastío.

La opción ante este cansancio es la evasión. Cada uno refugiado en alguna de las múltiples distracciones que ofrece el mundo tecnológico o la diversión social, olvida rápidamente la sucesión de acontecimientos de los que ha sido testigo virtual y con este olvido queda enterrada también la capacidad de sorpresa.

Por ello es urgente un retorno al asombro que exige poner entre paréntesis el flujo de acontecimientos, detenerse un poco a “contemplar las estrellas” como lo hizo Tales de Mileto, y correr el riesgo, con valentía, de caer en el pozo de la reflexión filosófica, a expensas de la burla o el desconcierto de quienes miran. La actitud filosófica es fundamental para encontrar el sentido de los hechos. Todo acontecimiento tiene causas que explican su origen y fin y éstas, por lo general, no se presentan de manera explícita.

Es recomendable fomentar la capacidad de asombro. Si bien, como seres humanos la poseemos de modo natural, factores culturales y sociales nos han hecho olvidarla poco a poco. Ante tal olvido el antídoto es la filosofía misma. Aprender de quienes, asombrados, pudieron ver más allá de los hechos, es un camino seguro para revivir aquel talente que nos despierta del profundo sueño en el que nos ha sumido la indiferencia.

lunes, 1 de agosto de 2011

DIAGNOSTICO CULTURAL

Desde que Freud instaurara las ya comunes y difundidas categorías psicológicas para explicar los conflictos que enfrenta el ser humano a lo largo de su vida, Occidente ha decidido leer en clave terapéutica todo aquello referido a la dimensión afectiva y emocional del ser humano. Lo que antes era considerado como un rasgo de la personalidad ahora tiende a ser interpretado como señal de psicopatología. Ya no hay niños curiosos e inquietos sino enfermos de TDAH con necesidad urgente de medicación; también los adultos buscan con ansiedad la clave terapéutica que les ayude a superar las taras sociales que le impiden alcanzar el éxito. Estas situaciones, entre muchas otras que caracterizan la cultura actual, son fruto de la pretensión moderna de instrumentalizar la razón hasta el punto de poder usarla para adquirir un dominio pleno de los sentimientos y emociones.
Lo curioso de esta pretensión es que tenga tanta popularidad dentro de un mundo que explota de modo exagerado la dimensión emocional humana. El sistema capitalista vigente está colmado de dinámicas que utilizan los afectos y sentimientos para fomentar un consumo cada vez menos racional, al mismo tiempo que crea la necesidad de acceder con urgencia a técnicas terapéuticas para poder resolver los problemas personales. El sistema hace las veces de tirano y salvador y todo queda justificado si, con su estrategia, produce grandes cifras en los mercados mundiales. La dinámica que se instaura en la cultura de hoy es la búsqueda de fuertes e intensas emociones que sobrepasen el punto de ebullición de la afectividad, para luego, ya quebrados, recurrir a los manuales de autoayuda, las clases de yoga, las gotas naturales o el psicoanálisis, con la esperanza de recuperar el control.
A esta dinámica hay que añadir que la explotación de las emociones se lleva a cabo en el ámbito de la ficción pues es en escenarios inventados donde se invita a vivir en esa magnitud las emociones. Como dice la filósofa Ana Marta González, “característica de la cultura en que vivimos no es solo cierta mezcla de ficción y realidad, que alimenta la ironía posmoderna, sino también la sobredosis de ficciones.”
En este proceso, queda del todo desatendida la educación de la afectividad. La posibilidad de que el ser humano, sin necesidad de instrumentalizar la razón, sino haciendo amplio uso de su inteligencia consiga comprender, manejar y armonizar sus afectos, es prácticamente ignorada por la cultura. Así, la afectividad queda sometida al vaivén de los juegos emocionales del consumo y la terapéutica de turno.
El cultivo de los afectos implica ser capaz de responder, con la emoción adecuada, a las distintas acciones de las que somos protagonistas. Pero estamos inmersos en una cultura en la que no hay claridad alguna sobre tal correspondencia. El camino terapéutico es confuso precisamente porque en muchos casos olvida que la afectividad es una dimensión que debe ser educada y cultivada. No es suficiente el diagnóstico o rotulación de las situaciones vitales para comprenderlas y manejarlas en profundidad. El camino terapéutico que hemos emprendido necesita desde muchas perspectivas una pronta y urgente revisión, pues de lo contrario estaremos perdiendo la posibilidad real de explorar la riqueza de la afectividad humana.