lunes, 23 de julio de 2012

NO SABEMOS NADA


 Por estos días son múltiples las manifestaciones y opiniones con respecto a los acontecimientos que han tenido lugar en el Departamento del Cauca. La situación que viven los habitantes de esta olvidada región del país cobra relevancia, no por la gravedad de los sucesos, sino por el escándalo que estos han podido desatar. No es un secreto que este Departamento viene sufriendo situaciones de gravedad desde hace varias décadas, por influjo de actores del conflicto que en un escenario tan diverso se agudizan de un modo peculiar.
Lo que presentan los medios de comunicación sobre los sucesos acaecidos recientemente son sólo pequeñas cápsulas de información que llegan a un sector de la población cansado y adormilado y, por esto, incapaz de asumir una postura crítica que permita vislumbrar siquiera la punta del iceberg de lo que realmente sucede en ese sector del país. Dentro de las múltiples columnas, comunicados, noticias y opiniones sueltas (trinos y estados compartidos) no se ve en ninguna de ellas un atisbo de claridad. Nos manifestamos sin saber absolutamente nada. Opinamos llevados por las tendencias ideológicas o las maquinarias de interés. Pero estamos lejos de tener una mínima idea de lo que realmente compone el día a día de más de la mitad de Colombia; la Colombia que los medios y buena parte del Estado han desconocido casi completamente.
En tiempos en los que el respeto a lo distinto, la reivindicación del otro y el reconocimiento de la multiculturalidad no sólo se han convertido en temas de moda para los estudios socioculturales sino que también han acaparado buena parte de las agendas políticas de los países desarrollados y en vías de desarrollo, es inconcebible una situación que denote tal desconocimiento del otro como las que reporta la actualidad nacional. Sin duda, no está ni medianamente asimilado el discurso incluyente del que se enorgullecen académicos como políticos, en ninguna de las esferas responsables de aplicar las políticas que se le corresponden. Mientras que se gestan múltiples leyes, estrategias y carnavales que fomentan la inclusión de la comunidad gay para dar por cumplida la política de reconocimiento de las minorías, y se legisla en contra de las corridas de toros por un supuesto respeto a la vida, miles de colombianos indígenas, campesinos, soldados, ciudadanos todos, sufren una exclusión y discriminación constante por parte, no sólo de las instituciones del Estado sino de la ciudadanía misma. Es parte de la mentalidad.
En Colombia, país diverso por excelencia, no contemplamos al otro como motivo de respeto y reconocimiento. Ni al indígena, ni al soldado, ni a quien conduce el carro vecino, le otorgamos el respeto que se merece. Dentro de nuestra escala de valores ocupa un lugar bastante bajo que un alguien distinto de mi mismo tenga algo diferente para enseñar. A menos que esto distinto represente una utilidad -mejor si es económica- no forma parte de los focos de interés de los colombianos. Por diversos, estamos condenados como país a no prosperar en la medida en que no aprendamos el valor de nuestra condición y sepamos aprovechar la multiplicidad de visiones de mundo que confluyen sobre un territorio y que, por cosas del destino, han coincidido para constituir una nación.

REMINISCENCIA Y MEMORIA


Para la filosofía como conocimiento de las causas primeras y de los fines últimos, siempre ha sido un enigma el origen del conocimiento humano. Por qué somos capaces de reconocer y descubrir la lógica intrínseca del universo y de la realidad que nos circunda es una de las cuestiones sobre las que la filosofía, a lo largo de toda la historia ha indagado y especulado. Sin duda, el reconocimiento de las facultades superiores, inteligencia y voluntad, ha constituido la base para toda la investigación en torno del misterio del hombre y, en no pocas ocasiones, tanto la razón como la voluntad de poder han sido exaltadas como clave para resolver dicho misterio. Sistemas filosóficos como el de Hegel que afirma que “todo lo racional es real y todo lo real es racional” o el de Nietzsche que defiende la voluntad de poder como el objeto y fin de la vida del hombre, han sido profundamente influyentes en la configuración de la autocomprensión del ser humano hace ya varios siglos.
Sin embrago, desde la antigua Grecia, se consideró que tanto la razón como la capacidad de acción humana, no tienen sentido ni dirección si no están apoyadas en la memoria. Para Platón, el cosmos ordenado puede ser reconocido por el hombre justamente por vía de reminiscencia, al recordar su estado perfecto cuando, en lugar de estar atrapado por el cuerpo y engañado por lo mundano, habitaba el mundo perfecto de las ideas. El recuerdo comparece como clave de comprensión y como orientador de las acciones humanas. Con San Agustín, la memoria comienza a ser comprendida y estudiada como la tercera de las facultades humanas. Para el pensador africano, la memoria, no sólo es el apoyo para el entendimiento y la voluntad, sino que pasa a constituirse como clave en la relación que el hombre puede llegar a establecer con Dios, pues, como en el sistema platónico, los hombres han habitado previamente el mundo perfecto -en el caso de Agustín, han sido pensados por Dios- y por lo tanto, tienen posibilidad de recordar algo de dicho estado.
Estas aproximaciones al misterio de la memoria no comparecen en el actual modo de estudiar y comprender este tema. La memoria se limita, como proceso psicológico, al almacenamiento de datos útiles para una adecuada configuración del mundo. Aun en las aproximaciones que la historia ha hecho al concepto de memoria para resaltar su importancia en la construcción de la identidad nacional, por ejemplo, se las entiende como capacidad para recordar sucesos y hechos simplemente.
Pero el planteamiento filosófico arriba explicado no se limita a esta comprensión sino que justamente alude a la posibilidad, no de recordar lo que hemos hecho, sino de recordar lo que somos. La memoria como clave en la autocomprensión no funciona como un registro de datos, sino como una poderosa herramienta para reconocer quiénes somos y por qué actuamos como actuamos. Recordar supone la reconstrucción interpretativa de nuestras experiencias en las que no solo se pone en juego el entramado de conocimientos y acciones que constituyen nuestra vida, sino tal vez y de modo contundente, algún retazo de aquel mundo perfecto en el que fuimos alguna vez pensados.