viernes, 18 de noviembre de 2011

LOS SOFISTAS DEL FUTURO


El escándalo suscitado por la campaña publicitaria de la marca Benetton a favor del no-odio, pone el dedo en la llaga del problema de la publicidad. Llevamos años de atraso en la reflexión en torno al papel que cumple la verdad en la estrategia publicitaria. Hemos sido testigos presenciales del empoderamiento de la publicidad, durante la segunda mitad del siglo pasado. Los “mad men” –por hacer alusión al título de la exitosa serie televisiva que trata de la vida de los “madisson men” que en la década de los 60’s fundaron las agencias publicitarias– se han apoderado de las mentes y, sobre todo, de los corazones del público consumidor que orienta sus intereses vitales de acuerdo con los dictados de la última y más novedosa campaña publicitaria. La sociedad de consumo aplaude día a día y cada vez con mayor entusiasmo, la avalancha de creatividad que nutre los miles de millones de mensajes que buscan vender un producto. Poco importa el medio que se utilice si se alcanza el fin esperado: figurar en primera plana. Sin duda, las arcas de Benetton se llenarán este invierno y lo que tendrán que pagar por las demandas será solo un leve pellizco a su sólida fortuna.
La publicidad se ha convertido en el arte de crear interés por lo irrelevante e innecesario, con fines lucrativos. Se ha convertido en la sucesora de lo que, en la historia, ha trascendido como el oficio del sofista. En el imaginario común, un sofista es alguien capaz de presentar un argumento de modo tan llamativo y aparentemente lógico, que consigue convencer hasta al más incrédulo. En la tradición griega, son muchos los factores que ayudaron a que aquellos personajes adquirieran mala fama. Uno de ellos fue cobrar por su trabajo. El trabajo por el cual la gente debía pagar era el de decirle a las personas cómo son las cosas y cuál es la verdad. La diferencia del sophós con el philo-sophós es justamente el philo, el amor. El sofista es un poseedor de la sabiduría, mientras que el filósofo se declara a sí mismo como un buscador, un amante de la sabiduría, sin jamás pretender poseerla. El sofista, además de creer comprender todo a cabalidad y de considerarse a sí mismo poseedor único de la verdad, cobra por ello. Sócrates los describe como traficantes de las mercancías de las que se nutre el alma.
El paralelo es simple. Los grandes monstruos publicitarios tienen claro el negocio. No hace falta dedicarse a la búsqueda de la verdad; esa no paga. Lo que paga es aparentar que se la posee y utilizar los medios que hagan falta para convencer a los demás de aquello. La masa ignorante responde. Recibe sin mediación el mensaje que se le envía; celebra con efusividad las innovaciones sofísticas que se le presentan; asume sin reflexividad los parámetros de pensamiento que se le imponen; y, lo más triste de todo, paga sin queja alguna por un producto que le ha prometido la felicidad.
Hay que ser justos. Los sofistas antiguos se estarán revolcando en sus tumbas al observar la calidad de sucesores que en el futuro les ha correspondido continuar su legado. 

miércoles, 2 de noviembre de 2011

¿QUÉ PASA EN COLOMBIA?

Este fin de semana los colombianos tenemos la tarea de elegir nuestros gobernantes. Coincide el evento electoral con una nueva ola invernal que ya va cobrando víctimas y que hasta ahora no ha hecho más que comenzar. A pesar de esto, la atención de los medios de comunicación está centrada en las propuestas de los candidatos y en los escándalos de corrupción que rodean a algunos de ellos. Son millones de pesos los que se han invertido tanto en las campañas, como en el despliegue mediático que las acompaña. Y mientras tanto Colombia entera hace aguas.
¿Qué pasa en Colombia? ¿Acaso alguien tiene idea de los motivos por los cuales somos capaces de soportar indolentemente esta doble realidad? Son múltiples las teorías que intentan explicar nuestra condición. Las razones que esgrimen van desde lo económico hasta lo social buscando métodos, políticas e instrumentos que ayuden a resolver la situación de crisis. Sin embargo, los modelos que intentan aplicar por lo general son importados y desconocen factores locales que, al parecer, tendrían la clave de interpretación. Tanto políticos como investigadores se encuentran con un nudo ciego al momento de querer comprender la raíz de los problemas, porque se enfrentan a un pueblo que no se conoce a sí mismo. Es justamente este desconocimiento el que hace imposible la viabilidad del país.
Estamos en frente de un grave problema de identidad que comienza en el reconocimiento que cada persona tiene de sí misma. La identidad de un pueblo se apoya en la identidad de las personas que lo componen y si el mapa vital que cada una de ellas debe tener no está ni siquiera esbozado, mucho menos se podrá tener claridad en la orientación de las políticas que rigen el país.  
¿Cuales son las fuentes de las identidades individuales y colectivas? Dejando de lado las múltiples vías de construcción que los estudios sociales han vislumbrado en el rescate de la tradición y en la reafirmación de las costumbres de los pueblos –que, valga decirlo, son supremamente valiosas–, es importante considerar que sin una consolidada auto-interpretación, se hace imposible para las personas reconocerse en los fenómenos culturales y sociales que la circundan. Esta auto-interpretación supone, entre otras cosas, una buena educación, en otras palabras, contar con los elementos que le permiten comprenderse a sí mismo y con ello, tener medianamente claro de qué se trata vivir en sociedad.
Si de lo que se trata de interpretar correctamente qué es lo que pasa en nuestro país, es necesaria y urgente una herramienta hermenéutica adecuada que no se limite al ámbito teórico sino que quede a la mano de la población común y corriente, es decir, al 80% de la población colombiana. Esta herramienta no es la educación técnica como algunos han pensado; es, así suene pasado de moda,  la educación en las humanidades. Esto quiere decir, una educación que tenga como centro la capacidad humana de autocomprensión y por tanto de diálogo y aceptación de los demás. Esta educación ha quedado opacada por la moda de la educación de calidad que busca simplemente sofisticar los procesos técnicos, pero que descuidad de manera radical la tarea que supone el descubrimiento de la propia identidad. 

DE UNIDADES Y DIVISIONES

El encuentro del pensar humano con la realidad es posible gracias a la capacidad unificadora de los procesos de conocimiento y la aparente unidad y estabilidad de la realidad que observamos. El ser humano, a pesar de estar inmerso en el tiempo, en el cambio constante e irreversible, es capaz de mantener unidad y de percibir lo que de unitario tiene la realidad circundante. Este principio vital por el cual nos mantenemos siendo quienes somos a pesar de los inevitables cambios que sufrimos en cada instante es, al mismo tiempo, el anhelo que todos perseguimos.
Ya la historia ha mostrado como la división representa, en términos sociales, el fracaso. Cuando se emprende una causa, se procura, ante todo, mantener claridad en lo que garantice la unidad de quienes se embarcan en ella. Si entra, por alguna rendija insospechada, un soplo de división, es de esperar que los fuegos que inicialmente encendieron, queden reducidos a unos cuantos fuegos fatuos. Los grandes líderes han conseguido sacar adelante sus proyectos gracias a la unidad, no solo de sus ideas, sino sobre todo, de sus seguidores. Esto explica, de alguna manera, cómo en Colombia, la mayor votación en varios años la ha alcanzado quien justamente ha tomado como lema, el determinante concepto de unidad.
El juego político, así como la vida misma, responde a las dinámicas de unidad y división, de una manera casi que primaria. Pero solo unos cuantos se hacen conscientes de ellos y consiguen orientar de modo adecuado sus acciones a mantener una unidad real.
En la coyuntura política que vive la capital colombiana, se está poniendo en evidencia de un modo radical cómo el juego de unidad-división es el que tiene ahora la clave determinante en la fuerza que definirá el destino de los bogotanos. La intención electoral fluctúa de un candidato a otro de acuerdo a su adhesión o distanciamiento de ciertas figuras políticas. Una adhesión desafortunada, puede generar la desbandada de quienes antes se declaraban incondicionalmente unidos a su partido. También la negativa a una adhesión puede generar un nuevo lugar de encuentro para otros cuantos.
Lo que más llama la atención en esta dinámica de unidades y divisiones, es cómo el factor determinante al tomar la decisión de con quien se está y con quien no, ya no es el bien unitario de la sociedad entera, sino los intereses personales de quienes aspiran al poder. En el caso de los candidatos jóvenes, todos muy inteligentes y prometedores por lo demás, ha primado la mirada corta. Es decir, la estrategia política ha tendido a favorecer “sus propuestas”, esto es, sus intereses personales, antes que contemplar el panorama social para leer que hay de común con los otros candidatos que pueda servir para generar unidad. Es un gran pesar que aún en nuestro país seamos tan cortos de vista como para no darnos cuenta de que la clave en el ejercicio político es trabajar con sinceridad por el bien común. Es algo que, a pesar de la corrupción que nunca desaparecerá del todo, han logrado vislumbrar en otros países como clave de acción política, y sobre todo como criterio social al momento de elegir.  

viernes, 14 de octubre de 2011

PALABRA Y REALIDAD VIRTUAL


“Una noche fantástica en compañía de mi esposa y mis hijos”. Este es el “status” de un perfil de uno de los más de 500 millones de miembros de una famosa red social. Allí, dentro de las muchas actividades que se sugieren, está decir públicamente lo se piensa. De hecho, la frase explicita “What´s on your mind?” invita a los miembros a escribir sus reflexiones y pensamientos de acuerdo a la actividad que estén realizando en el instante. La frase que encabeza esta columna pone en evidencia lo extraño y complejo que puede llegar a ser el mundo de las redes sociales y los medios virtuales. En el mundo real, ¿qué tan fantástica puede llegar a ser una situación en la cual la atención está divida entre lo que se está haciendo y el esfuerzo de hacérselo saber al mundo entero? Los acompañantes del personaje en cuestión contaban en ese instante, no solo con la presencia a medias de su padre y esposo sino con la molesta intervención de algún dispositivo electrónico responsable de la semi-ausencia del ser querido. ¿Fantástica? Si nos ceñimos al significado de la palabra (Del lat. Phantastĭcus. Quimérico, fingido, que no tiene realidad y consiste solo en la imaginación) no puede haber adjetivo que la describa mejor.

Esta, como muchas otras situaciones similares, pone en evidencia la reconfiguración de las relaciones sociales de la cual las generaciones actuales somos testigo y actor (por no decir víctima). Si bien es cierto que las redes sociales y los dispositivos electrónicos (BB, IPhone, IPad, etc.) han representado un canal de acceso a la información bastante apropiado para la velocidad de la vida moderna, también es verdad que exigen, por parte del ser humano, una nueva manera de establecer relación con los demás. Nunca en la historia, la comunicación escrita había constituido un canal de transmisión de información inmediata e informal. Los textos escritos siempre merecían por lo menos un instante de más, para su relectura, antes de llegar a su destinatario. Incluso la carta, como medio de comunicación familiar y amistosa, requería en su composición un momento largo de reflexión que permitiera el nacimiento de un mensaje fecundo. La tarea exigía detenerse y pensar en lo que quedaría plasmado en el papel. Había oportunidad de escoger el tono, de explorar el estado anímico que se quería transmitir para escoger una a una las palabras que lo reflejaran de la manera más fiel.


Los medios virtuales exigen, por el contrario, una velocidad que no da tregua. Antes, conocer a alguien suponía un primer encuentro, la espera de días, e incluso meses, antes de volverse a ver y el tiempo para decantar lo sucedido. Ahora, los adolescentes, por ejemplo, se conocen en la noche del sábado y para el lunes por la mañana ya saben todo el uno del otro y además han discutido previamente lo que sucederá si se vuelven a ver. El chat es el nuevo lugar de relación. Pero es un lugar que no tiene tono, expresión ni timbre de voz. Además de los “emoticones”, son pocos o nulos los recursos de expresión que ofrece. La palabra está sola y desprovista de la reflexión y el tiempo que supone su madurez. De allí, la infinidad de malentendidos y disgustos que suponen la comunicación por esta vía.


En la realidad virtual la palabra está sola y desprovista de la reflexión y el tiempo que supone su madurez.

lunes, 19 de septiembre de 2011

CAMINOS DE RECONOCIMIENTO

Esta es la consigna de una de las últimas obras del filósofo francés Paul Ricoeur. El sugerente título pone el dedo en la llaga de una de las problemáticas centrales de la época actual que es, a su vez, un anhelo humano que trasciende los tiempos. El reconocimiento se convierte en necesidad no para reafirmar el propio ser, sino ante todo, para descubrirse a sí mismo. Ser alguien para otro es clave en la constitución de la propia identidad.
En un ambiente cargado de información, la definición de la identidad se hace aún más problemática y surge la necesidad de un mayor reconocimiento frente a la ausencia de  antiguas estructuras que lo otorgaban de manera casi natural.
Por este motivo, Ricoeur afirmaba que tematizar el reconocimiento es una de las tareas pendientes de la filosofía. Hace falta una filosofía del reconocimiento que dé cuenta de los vericuetos intelectuales propios del problema, y que ante todo, otorgue claves de comprensión para la cultura actual. En esta tarea, Ricoeur nos lega un elemento de reflexión central que no suele aparecer en los ya recurrentes reclamos políticos y sociales.  Es el papel del agapē, del amor, en la tarea de reconocimiento.
Lo interesante de este punto es que rompe con la lógica de la reciprocidad, que es la propia al hablar de reconocimiento, porque éste exige un juego de dos partes que supone dar y recibir para completar el ejercicio de reconocer. Sin embargo, lo que plantea Ricouer es la posibilidad de un reconocimiento sin reciprocidad. Un reconocimiento que sea solo don, entrega, sin esperar nada a cambio. Desde esta perspectiva, el camino del amor podría descartarse por imposible, ya que un reconocimiento sin reciprocidad no tiene, a simple vista, posibilidad de atestación, imputación o justicia, que son las condiciones en las que se reclama casi de modo natural, el reconocimiento. Por lo anterior, hablar del amor como régimen de vida que lleva al reconocimiento es un reto difícil, que implica paradojas y debilidades.
Pero, ¿cómo hablar de reconocimiento sin considerar el amor? Sin duda, en toda dinámica humana, el amor está presente no solo como posibilidad sino también como meta, como objetivo central, como norma moral, como sentido de vida. Por tanto, pensar el agapē se hace necesario, y más aún, recorrer el camino y enfrentarse con los abismos, los imposibles y los misterios a los que nos enfrenta.
Lo complejo del amor es que “permanece sin replica frente a las preguntas porque la justificación le es extraña, al mismo tiempo que la atención a sí. Más enigmáticamente aún, el agapē se sitúa en la permanencia, en lo que persiste, ya que su presente ignora la añoranza y la espera. Si no argumenta en términos generales, se deja contar mediante ejemplos y parábolas, cuya salida extravagante desorienta al oyente sin estar seguro de reorientarlo”.
El amor, como camino de reconocimiento es contundente porque es un camino creíble y que genera profundas dinámicas de acción. Pero sobre todo porque es entendido por muchos, es, en toda su dimensión, el verdadero lenguaje universal.  Aplicar esta nueva lógica, por difícil que parezca, abre una nueva dimensión al problema del reconocimiento que vale la pena explorar. 

lunes, 12 de septiembre de 2011

HUÉRFANOS

Historias de una vida mal lograda, que dejan en todos nosotros desazón e  inquietud, aparecen con frecuencia en los diarios y noticieros de nuestro país. La historia del soldado Domínguez es una triste muestra de ello. Muchos de los reportes hablan del desequilibrio psicológico del soldado como causa de su prematura y violenta muerte. En una sociedad que resuelve todo a través de diagnósticos y que privilegia la dimensión interior e individual de las personas, es normal que muchos se queden tranquilos con esta explicación. Inculpar a la locura deja exenta a  toda la sociedad.
Pero una historia como estas debe generar en todos, y primero en los periodistas, el afán de indagar en las causas reales que llevaron a que un joven colombiano que, como muchos otros, quedó en manos del secuestro por servir a la patria, haya tenido un desenlace tan desafortunado. Ya su vida estaba rodeada de múltiples factores desfavorables y difíciles de afrontar. Pero el encuentro con el secuestro supuso para él la posibilidad de descubrir un potencial que tal vez en otras circunstancias no hubiese podido vislumbrar. Un compañero de secuestro dice que el soldado Domínguez le enseño la paciencia y lo define como una persona inteligente. No se explica cómo pudo malograr su vida de ese modo y menos aún entiende que le achaquen toda la responsabilidad a una enfermedad psiquiátrica. Este testimonio pone el dedo en la llaga. El soldado al salir de cautiverio no solo demostró las características ganas de vivir de todo aquel que recibe de nuevo la libertad, sino que había puesto sus esperanzas en un talento antes desconocido para él, que le permitía trasmitir directamente desde el corazón, lo que había representado esa dura experiencia.
Muchos dicen que la causa de su desgracia fue encontrarse de bruces con una realidad que contradecía sus expectativas y que representaba, no solo constatar que las cosas estaban mal, sino que los pocos aspectos sólidos que tenía antes del secuestro, habían hecho agua durante su ausencia. Pero la clave de comprensión de esta historia y de otras tantas del mismo estilo, está en desmarcar la tragedia del plano puramente personal. Aún cuando es cierto, y no se pueden desconocer los hechos puntuales que el soldado tuvo que enfrentar, es necesario hacer frente a la responsabilidad que la sociedad tiene en los acontecimientos.
Esta historia reafirma de manera cruda que como sociedad no estamos preparados para sostener un proceso de reinserción a la vida civil, ni de quienes han estado privados de su libertad por causa del secuestro, ni de aquellos que tras haber dejado las armas quieren retornar a la vida social. Si a un soldado que pretendió servir a la patria y que alimentó esperanza en su retorno, le sucede lo que todos hemos visto, ¿qué otro tanto le sucederá a quien ha crecido rodeado de muerte y dolor?
Somos individuos huérfanos de sociedad. El apoyo social que resulta esencial para que las personas alcancen una vida lograda, es prácticamente inexistente en Colombia. Contrario a lo que muchos creen, el terrible mal de nuestro pueblo es el individualismo, que de modo más rotundo que en otros países se ha apoderado de toda nuestra vida.
      

viernes, 2 de septiembre de 2011

¿QUE HACE EL QUE NO HACE?

Tendemos a definir, de manera inconsciente, el valor de las personas no tanto por lo que son, sino por lo que hacen. Tal vez en nuestra mente y nuestro corazón la premisa de querer al otro por su ser está clara y funciona como ideal ético. Sin embargo, existen diversas fuerzas culturales que siembran dudas al respecto y promueven una visión más pragmática y utilitaria sobre lo que deben representar los otros para nosotros. Este es el caso de la eutanasia y el aborto por malformación o enfermedad.


Una persona que antes se caracterizaba por su actividad y productividad y que por diversas circunstancias deja de hacerlo, queda confinada a una cama y no tiene posibilidad de expresar, del mismo modo, lo que siente y piensa. Desde una mirada pragmática, la persona ha dejado de ser lo que era. Bajo este argumento, quitarle la vida a la persona constituye hacerle un favor y no choca con la premisa ética de querer al otro por lo que es y no por lo que hace. Sin embargo, este argumento constituye una falacia gravísima que confunde nuestro corazón hasta el punto de creer que matando estamos haciendo un gran bien. El engaño está justamente en limitar el quehacer y ser de la persona a su ejercicio racional y a su actividad física. Esta postura desconoce completamente una de las dimensiones clave de la persona humana, a saber, la relación.

Lo que caracteriza a las personas humanas, más aún que la misma racionalidad, es la capacidad de relación y la posibilidad de encuentro con el otro. El ser humano es el único ser vivo para el cual el otro es un alguien significativo. Un alguien que representa para mí, no solo un congénere de mi especie sino sobre todo, un mundo nuevo y distinto que puede suscitar en mí una multiplicidad de sentimientos, reacciones, actitudes, pensamientos y afectos. Esta peculiaridad de la persona humana hace que el encuentro con otro siempre sea una fuente de novedad. Siempre será distinto cada encuentro, pues ese otro, ese alguien, tendrá algo nuevo que dar.

Solo desde esta perspectiva se puede entender en su totalidad el valor de cada persona en el mundo, pues independientemente de su ejercicio racional o actividad física, siempre tendrá algo nuevo que dar. Lo que hacen los que “ no hacen nada” es precisamente lo que permite que podamos desplegar en toda su dimensión nuestro ser personal. Con aquellos que carecen y necesitan, es que podemos ejercer la generosidad, la entrega y comprobar que en estas capacidades no tenemos límite. Siempre se puede dar más, siempre se puede ser más generoso y más aún si estamos hablando de cuidados, atenciones, paciencia y constancia. El poder ilimitado que el ser humano tiende a buscar en otras fuentes –el dinero, el poder, la fama–, tiene entidad real en circunstancias en las que la tarea es el cuidado del otro.

Por eso, decisiones como la eutanasia, el aborto en caso de malformación o enfermedad, la exclusión en caso de incapacidad, son no solo un atentado contra la vida humana, sino también contra la posibilidad propia de todo ser humano de ejercer plenamente como persona en el mundo.

viernes, 26 de agosto de 2011

FUSION DE HORIZONTES

La fusión de horizontes supone un esfuerzo mayor a la simple defensa argumentada del propio punto de vista. Es la clave para conseguir una comprensión real de un argumento o comportamiento radicalmente distinto al propio. Su dificultad radica en la necesidad de no “contaminar” el proceso de comprensión con el marco de referencia propio, que emerge siempre de manera inconsciente. Por eso, hace falta una actitud altamente auto-crítica que permita un estado de alerta frente a la fácil tentación de querer juzgar siempre desde el propio punto de vista.


En esta tarea, cabría pensar que los colombianos contamos con una ventaja otorgada por la marcada diversidad de nuestra cultura. Estar siempre al lado de otros distintos es, en principio, el escenario ideal para poder descentrarse del propio mundo e intentar una comprensión de la diferencia. Pero, de modo paradójico, encontramos que nuestra cultura es una de las más intolerantes y violentas. Estar con alguien diferente genera en nosotros, ya no respeto ni mucho menos curiosidad, sino temor y una marcada necesidad de resaltar la diferencia. Este comportamiento responde, tal vez, a una historia bañada por el horror de la violencia, pero sobre todo por un profundo individualismo que bloquea la humana necesidad de conocer a otros y de enriquecerse con mundos nuevos. Solo si las nuevas generaciones procuran trabajar en torno a este descentramiento, será posible alcanzar una sociedad en paz.

Desafortunadamente, el camino que muchos han emprendido con miras al diálogo y al reconocimiento de la diferencia, sufre del mismo problema que arriba se expone. Las minorías que luchan por sus derechos, tienden a configurar un discurso altamente excluyente que lo que consigue es polarizar de modo radical a la sociedad. El lenguaje utilizado por quienes representan estos sectores de la sociedad está poblado de adjetivos que descalifican a quienes “no son como ellos” o a quienes tienen una idea distinta acerca del mundo y de la sociedad. De este modo, su esfuerzo de vinculación social corre el riesgo de fracasar rotundamente pues la única manera de existir socialmente será desde lo distinto e irreconciliable. Perpetuar lo radicalmente distinto solo servirá para impedir el encuentro y el descubrimiento de lo común y, sin espacios comunes, es imposible la construcción de una sociedad real.

Un punto de partida para la superación de esta gran tara social que hoy enfrentamos sería el esfuerzo por procurar una fusión de horizontes en la vida personal. Ya que para la mayoría de los colombianos, la tarea no es la incidencia directa en las grandes estructuras sociales, sino la construcción diaria del propio entorno personal, es desde allí que nos corresponde iniciar el cambio y confiar en sus importantes repercusiones. La fusión de horizontes empieza por el abandono del “ego-mundo” y la búsqueda entusiasta del mundo del otro. No se trata de reafirmar la propia diferencia frente a los demás, sino de aprender a descubrir que en la aparente diferencia del otro, hay un yo mismo que puedo reconocer y comprender. Es de este modo que la cultura entrará por caminos reales de reconocimiento que traerán consigo la conquista del respeto y la paz, bienes tan necesarios y anhelados por nuestra herida sociedad colombiana.

miércoles, 24 de agosto de 2011

CONSIDERACIONES

El aborto como acto legítimo de la libertad de la mujer o como crimen silencioso de una vida que comienza, son las dos posturas ante un tema espinoso y difícil pero de urgente reflexión. Los argumentos son radicales y hacen imposible cualquier posibilidad de diálogo. Además de lo problemática que ya en sí misma es esta realidad –la de los miles de niños que dejan de nacer–, el panorama se oscurece aún más cuando es imposible entablar un diálogo entre dos posturas extremas. Ante estos casos y teniendo en cuenta sobre todo que cualquier realidad humana encierra la posibilidad de diálogo, es conveniente intentar la “fusión de horizontes” que Gadamer ha explorado como herramienta de interpretación.


Dicha fusión supone analizar aspectos que exigen al espectador salir de su punto de vista, desplazarse de su horizonte habitual hacia un terreno en el cual es posible compartir la perspectiva del otro. El simple hecho de compartir por un instante la misma mirada ya supone un primer paso en el camino hacia la comprensión. Es desde esta perspectiva que se presentan las siguientes consideraciones con respecto al aborto, pues para quienes defendemos la vida como derecho fundamental, se pueden convertir en herramientas importantes para invitar a que desde otros extremos, se observe nuestro horizonte y, desde luego, para que nosotros salgamos del nuestro a comprender motivos y razones de las otras posturas.

La OMS ha publicado ya varias veces resultados desalentadores con respecto al uso del preservativo como método de planificación y como prevención de enfermedades de transmisión sexual. Los motivos de este fracaso están, la mayoría de las veces, en factores culturales. En África, la repartición gratuita de dicho artículo, representó la opción para muchos, de tener una piñata infantil decorada al estilo americano. Se comprobó que entre el 70% y el 80% de los preservativos repartidos no tenían como destino el uso al que estaban destinados. Estudios socio-culturales concluyeron que para muchos africanos, el uso de un elemento externo en una relación sexual, suponía ir en contra de sus convicciones ancladas en una profunda vinculación con la naturaleza. Este caso, dentro de muchos otros relacionados con los llamados asuntos de salud sexual y reproductiva, muestra la terrible omisión de pensar soluciones sin tener en cuenta a quienes viven los problemas.

El caso del aborto es un ejemplo más del profundo desconocimiento en materia humana, cultural y social. De diez mujeres que abortan, ocho lo hacen por temor a ser recriminadas socialmente o por amenazas de su pareja o incluso de sus padres. Esta cifra escalofriante pone en evidencia la falacia del argumento de la libertad. En países como el nuestro, en el que la mujer aún tiene que luchar para ser reconocida y valorada, es absurdo defender el aborto como un acto legítimo de libertad. El pleno ejercicio de la libertad supone un contexto que ofrezca las condiciones materiales y espirituales para que la persona pueda reconocer cuáles de sus acciones son efectivamente libres. En nuestra cultura, la mujer libre no es la que aborta; es la que se atreve a desafiar a la sociedad dando a luz una vida en condiciones no ideales, movida por un profundo amor.



lunes, 22 de agosto de 2011

CAPACIDAD DE ASOMBRO

El asombro ante la realidad es la actitud propia e ineludible de quien aspira a ejercer el oficio del filósofo. El talante filosófico no es compatible con el acostumbramiento ni mucho menos con la indiferencia. Sólo quien se sorprende día a día con lo que le rodea, por más cotidiana que sea su existencia, será capaz de filosofar en serio. Esta condición sine qua non del filósofo es la que permite atravesar el velo de lo siempre dado para descubrir aquello que hace que cada cosa esté revestida una novedad tal que exige indagar en su constitución y más allá de ésta, en sus causas últimas.


Platón, en Teeteto, narra el accidente de Tales de Mileto:



"para contemplar las estrellas alzó la vista y cayó en un pozo, y entonces una muchacha lista y graciosa, tracia, se burló de él, pues se afanaba en saber lo que hay en el cielo pero le pasaba desapercibido lo que tenía delante suyo, a sus mismos pies. Y esta misma burla sigue alcanzando siempre a los que viven en filosofía".

La risa de la muchacha tracia, ha tenido gran eco en la historia. El quehacer filosófico sigue siendo considerado en muchos casos, un ejercicio que carece completamente de utilidad y que no hace más que distraer a algunos de los acontecimientos diarios. Estos acontecimientos, llenan las páginas de los diarios, el tiempo de los noticieros y, de paso, las mentes de aquellos que viven inmersos en la rutinizada vida moderna. Así, la capacidad de asombro tiende, de modo vertiginoso, a desaparecer como actitud vital. La sorpresa ante lo sucedido es cada vez más escasa. Hechos tan espeluznantes como la guerra y los ataques terroristas residen con anticipación en la imaginación gracias a Hollywood, de modo tal que cuando estamos ante ellos, no son más que la repetición de una escena ya conocida que no genera en nosotros más que un profundo hastío.

La opción ante este cansancio es la evasión. Cada uno refugiado en alguna de las múltiples distracciones que ofrece el mundo tecnológico o la diversión social, olvida rápidamente la sucesión de acontecimientos de los que ha sido testigo virtual y con este olvido queda enterrada también la capacidad de sorpresa.

Por ello es urgente un retorno al asombro que exige poner entre paréntesis el flujo de acontecimientos, detenerse un poco a “contemplar las estrellas” como lo hizo Tales de Mileto, y correr el riesgo, con valentía, de caer en el pozo de la reflexión filosófica, a expensas de la burla o el desconcierto de quienes miran. La actitud filosófica es fundamental para encontrar el sentido de los hechos. Todo acontecimiento tiene causas que explican su origen y fin y éstas, por lo general, no se presentan de manera explícita.

Es recomendable fomentar la capacidad de asombro. Si bien, como seres humanos la poseemos de modo natural, factores culturales y sociales nos han hecho olvidarla poco a poco. Ante tal olvido el antídoto es la filosofía misma. Aprender de quienes, asombrados, pudieron ver más allá de los hechos, es un camino seguro para revivir aquel talente que nos despierta del profundo sueño en el que nos ha sumido la indiferencia.

lunes, 1 de agosto de 2011

DIAGNOSTICO CULTURAL

Desde que Freud instaurara las ya comunes y difundidas categorías psicológicas para explicar los conflictos que enfrenta el ser humano a lo largo de su vida, Occidente ha decidido leer en clave terapéutica todo aquello referido a la dimensión afectiva y emocional del ser humano. Lo que antes era considerado como un rasgo de la personalidad ahora tiende a ser interpretado como señal de psicopatología. Ya no hay niños curiosos e inquietos sino enfermos de TDAH con necesidad urgente de medicación; también los adultos buscan con ansiedad la clave terapéutica que les ayude a superar las taras sociales que le impiden alcanzar el éxito. Estas situaciones, entre muchas otras que caracterizan la cultura actual, son fruto de la pretensión moderna de instrumentalizar la razón hasta el punto de poder usarla para adquirir un dominio pleno de los sentimientos y emociones.
Lo curioso de esta pretensión es que tenga tanta popularidad dentro de un mundo que explota de modo exagerado la dimensión emocional humana. El sistema capitalista vigente está colmado de dinámicas que utilizan los afectos y sentimientos para fomentar un consumo cada vez menos racional, al mismo tiempo que crea la necesidad de acceder con urgencia a técnicas terapéuticas para poder resolver los problemas personales. El sistema hace las veces de tirano y salvador y todo queda justificado si, con su estrategia, produce grandes cifras en los mercados mundiales. La dinámica que se instaura en la cultura de hoy es la búsqueda de fuertes e intensas emociones que sobrepasen el punto de ebullición de la afectividad, para luego, ya quebrados, recurrir a los manuales de autoayuda, las clases de yoga, las gotas naturales o el psicoanálisis, con la esperanza de recuperar el control.
A esta dinámica hay que añadir que la explotación de las emociones se lleva a cabo en el ámbito de la ficción pues es en escenarios inventados donde se invita a vivir en esa magnitud las emociones. Como dice la filósofa Ana Marta González, “característica de la cultura en que vivimos no es solo cierta mezcla de ficción y realidad, que alimenta la ironía posmoderna, sino también la sobredosis de ficciones.”
En este proceso, queda del todo desatendida la educación de la afectividad. La posibilidad de que el ser humano, sin necesidad de instrumentalizar la razón, sino haciendo amplio uso de su inteligencia consiga comprender, manejar y armonizar sus afectos, es prácticamente ignorada por la cultura. Así, la afectividad queda sometida al vaivén de los juegos emocionales del consumo y la terapéutica de turno.
El cultivo de los afectos implica ser capaz de responder, con la emoción adecuada, a las distintas acciones de las que somos protagonistas. Pero estamos inmersos en una cultura en la que no hay claridad alguna sobre tal correspondencia. El camino terapéutico es confuso precisamente porque en muchos casos olvida que la afectividad es una dimensión que debe ser educada y cultivada. No es suficiente el diagnóstico o rotulación de las situaciones vitales para comprenderlas y manejarlas en profundidad. El camino terapéutico que hemos emprendido necesita desde muchas perspectivas una pronta y urgente revisión, pues de lo contrario estaremos perdiendo la posibilidad real de explorar la riqueza de la afectividad humana.   


lunes, 18 de julio de 2011

ARTE Y FILOSOFÍA

¿Acaso no es suficiente el arte que en su silencio, repleto de sentido -o sin sentido- ya nos basta como mensaje de lo inasible y del misterio que nos envuelve? ¿Para qué la filosofía, con su interminable preguntar, con su modo, a veces incomodo de indagar, cuestionar y escudriñar en la médula del ser e irrumpir con la razón en el plano imperturbable de la sublime o escabrosa naturaleza del fenómeno artístico?

A pesar de recoger, siempre y principalmente, el mundo de lo sensible, de lo irracional, de lo emotivo, el arte se presenta también como pregunta, como movimiento constante, como promesa de verdad. Esta innegable dimensión tiende un sólido puente con el quehacer filosófico que se asemeja a un interminable tejido lleno de novedad.  

Aunque dicha relación siempre ha estado presente, es en la filosofía contemporánea que el límite entre ésta y arte tiende a perder su nitidez, pues el ser humano al estar inmerso en la existencia y al encontrar en ella el misterio y la maravilla de la contradicción, pone en interrogación el excesivo racionalismo que deja al ser humano encerrado en sí mismo e inmerso en un estado auto–consciente que lo distancia de los otros y de la vida misma. Del malestar moderno, surge una nueva apertura que implica la experiencia creadora de salir de sí hacia los otros de manera radical y que permite reconocer en esta experiencia algo de, lo que bien valdría llamar, la condición humana. Así, se abren nuevos caminos para entender la experiencia del lenguaje que invita, en este caso, más que a una ética, a una estética.

Desde esta perspectiva, se vislumbra un horizonte de reflexión que tiene como propósito la búsqueda de lugares de encuentro entre filosofía y arte que, como en el caso concreto de la poesía, trasluce la cercanía entre la pregunta por el ser y la experiencia artística.

Basta seguir los pasos de un filósofo y un poeta que encuentran identidad para descubrir que tal límite es del todo inexistente. Las reflexiones de algunos filósofos sobre el arte de renombrados poetas son un claro ejemplo de cómo aquél leiv motiv que, tanto arte como filosofía persiguen, se presenta en términos similares desde los dos lenguajes. Es decir, la especulación filosófica está presente, así sea de manera tácita, en la inspiración poética; y aquella, al ver nacer el verso, sin duda se habrá ayudado de los escalones del asombro y la reflexión, herramientas propias del quehacer filosófico. Sólo un poeta consigue una aproximación tal al problema central del conocimiento humano:

“¡Y nosotros: espectadores, siempre y en todas partes,
vueltos hacia todo, pero nunca hacia fuera!
Esto nos desborda. Lo ordenamos. Se derrumba.
Lo ordenamos de nuevo y nos derrumbamos nosotros.
¿Quién pues, nos dio la vuelta de tal modo
que hagamos lo que hagamos siempre tenemos la actitud
del que se marcha?”
(Rilke, Las elegias de Duino)

Pero sólo el filósofo es capaz de aprovecharla en toda su dimensión.

“El hombre, por el contrario, capaz como es de ordenar el caos, experimenta intensamente su irreductible amenaza. Ve que el riesgo de una ruina total, de una desilusión absoluta, permanece constantemente pendiente sobre su cabeza.” (Heidegger, ¿Y para qué poetas?)

lunes, 11 de julio de 2011

IMAGINARIOS SOCIALES PERVERSOS II


En la anterior columna expuse brevemente qué es un imaginario social y cómo en Colombia poseemos unos cuantos que tienen un efecto perverso para el desarrollo social. Se ubica el imaginario social en el plano de la precomprensión, es decir, en aquel ámbito con el cual contamos antes de que entre en acción la comprensión teórica. Este sugerente concepto que tomo de la filosofía heideggeriana hace referencia, más que a un posible estado in o sub consciente, al trasfondo de lo que constituye la construcción conceptual. Este trasfondo hace alusión, de manera fuerte, al contexto o entorno como lo que nutre en primera instancia aquello que permite configurar un concepto acerca de una determinada cosa. Por esto, la complejidad de los imaginarios sociales radica en lograr captar sus fuentes y su real configuración pues al ser cosas de las cuales no estamos completamente al tanto, tendemos a desecharlas por irrelevantes.
Hago esta breve explicación porque considero que si queremos descubrir y entender algo así como una identidad colombiana, es necesario dirigir los esfuerzos hacia esa “oscura” zona de los imaginarios. La antropología cultural ha hecho valiosos aportes en este sentido; pero éstos todavía no consiguen liberarse de quedar catalogados, dentro del ambiente académico, como conocimiento exótico o pintoresco (en algunos casos porque los mismo investigadores se encargan de presentarlos como tales).
Pero, más allá del ámbito académico, el esclarecimiento de cuáles son los imaginarios que impulsan nuestro comportamiento ciudadano es una gran herramienta de autocomprensión y orientación de acciones. No solo es el caso de corrupción el que refleja la perversidad de nuestros imaginarios; también la exagerada y ya casi ridícula estratificación social encierra una precomprensión de lo que deben ser las relaciones sociales. El servilismo ha pasado a ser un rasgo característico del modo de ser colombiano. En una sociedad en la que se pregunta por el estrato incluso antes de preguntar por el nivel de educación, es evidente que se está sobrevalorando la posición económica de las personas. Esta condición es la que determinará, no solo aspectos asociados a la economía como tal, sino asuntos relativos al poder, al respeto y a las oportunidades. El valor de la persona no está dado aquí por quién se es, sino por qué se tiene. El servilismo reafirma está lógica macabra en la medida en que supone que quien tiene más dinero tiene poder de mando sobre quien tiene menos. La aceptación tácita de estas dinámicas de relación impulsa de modo radical que el valor por excelencia siga siendo el dinero y por lo tanto, que cualquier medio sea legítimo y aplaudido para alcanzarlo.
En la sociedad colombiana, en cada uno de sus rincones, se respira esta premisa como modo de relación. La publicidad vende sueños en este sentido y los ciudadanos orientan sus vidas y sus acciones a la consecución de medios que le permitan instalarse por fin en la cima de la pirámide. Muchas veces se considera que la manera de alcanzarlo es ponerse al servicio de los poderosos de modo incondicional; se mal entiende el concepto de servicio y se cae en el servilismo radical. Así las cosas la sociedad colombiana tiene pocas claves para comprender que como personas, todos merecemos un trato igual.

martes, 28 de junio de 2011

IMAGINARIOS SOCIALES PERVERSOS


Según la Real Academia de la Lengua Española, lo perverso es algo “sumamente malo, que causa daño intencionadamente y que  corrompe las costumbres o el orden y estado habitual de las cosas”. Es precisamente éste el adjetivo que quiero proponer para describir el estado de nuestros imaginarios en Colombia.
Un imaginario social es una idea que ha encontrado un nicho en el pensamiento cotidiano, es decir, que se ha instaurado cómodamente en el modo como la mayoría de las personas de un grupo social comprenden la realidad. Desde esta perspectiva, no es raro pensar que los imaginarios sociales de los colombianos estén configurados de tal modo que permitan  e incluso animen acciones que destruyen la sociedad.
Hace más o menos dos meses, coincidía la visita de unos profesores españoles con el estallido mediático de  uno de los múltiples escándalos de corrupción que vivimos hoy. El comentario inevitable de los extranjeros estuvo dirigido a la increíble capacidad de “tolerancia” que frente a la corrupción se respiraba en el ambiente y que se pudo corroborar por la poca o nula manifestación pública de la sociedad civil en contra de tales escándalos.  
Hace una semana, fui víctima de un robo dentro de un supermercado en uno de los barrios más prestigiosos y “seguros” de la ciudad de Bogotá. El comentario inevitable de muchos de los espectadores del delito fue, por inercia, “eso le pasa por dar papaya”. Además del impase que representa perder la documentación y otros bienes, quien es robado carga con la culpa del delito.
Quiero aprovechar los dos casos referidos para ilustrar la lógica perversa de nuestros imaginarios sociales. El ladrón ocupa, en este orden, el lugar del héroe que supo aprovechar una oportunidad para salirse con la suya, es el “vivo” que consiguió burlar al tonto y a la tonta norma. Este comportamiento está altamente reforzado por un entorno en el cual la “plata fácil” es la meta vital. Así, quien aprovecha una circunstancia o un cargo político o social para beneficio propio y pasa por encima del bien común y de los otros, es, si no aceptado y aplaudido, por lo menos tolerado y entendido por la sociedad entera. En nuestra lógica aún no existe la equivalencia directa entre este tipo de comportamiento y la injusticia que debe ser castigada, ante todo y primero, por la sociedad.  
La corrupción es sólo uno de los muchos casos que reflejan este rasgo de nuestros imaginarios sociales. Pero hay muchos más en los que se puede encontrar una lógica que responde a la perversidad. Lo interesante del análisis de los imaginarios sociales es que estos pertenecen, como diría Heidegger, al plano de la precomprensión, es decir, a un ámbito previo al estado de comprensión en el cual no vemos claramente qué y cómo estamos pensando. Es un ámbito en el que la comprensión del mundo no es del todo consciente y  por lo tanto, no podemos nos hacemos cargo de modo pleno.
Pero esto no quiere decir que estemos encadenados a estos imaginarios. El hecho de sacar a la luz algunas pistas sobre la lógica que subyace a nuestro comportamiento social es ya un primer paso para comenzar a cambiarlos.

lunes, 20 de junio de 2011

A PROPÓSITO DEL PERDÓN


La reciente aprobación de la Ley de Víctimas hace urgente una reflexión en torno a lo que significa una reparación integral. La clave de dicha pretensión es nada más y nada menos que el perdón. A la luz de la propuesta de la filósofa Hanna Arendt vale la pena resaltar algunos puntos que deben ser tenidos en cuenta en la formulación de leyes y políticas que buscan fomentar en la población civil una auténtica reparación. Sólo si tenemos en cuenta qué es el perdón y cuáles son sus fundamentos se podrá conseguir una reparación que devuelva a las víctimas la parte que es posible devolver de aquello que les fue arrebatado por la violencia.

La novedad de la propuesta de Arendt está en considerar, desde el principio, el perdón desde una perspectiva social. El perdón ha sido entendido en occidente como un acto propio de la esfera privada. Pero si miramos con detalle su naturaleza veremos cómo, aunque el perdón acontece en el ámbito puramente personal, no se limita a la esfera de la individualidad ya que la clave del perdón es el amor. El amor como motor y posibilidad del perdón exige que formulemos preguntas tales como si es posible pensar en una política fundada en el amor. Esto, para una mente occidental anclada en la tradición moderna, no es más que una tonta cursilería. Pero ya Arendt advertía los riesgos de desconocer en la esfera pública la condición humana. Para no caer en este error su propuesta es una correcta comprensión de la alteridad. Comprender que el otro es distinto es la única vía para poder perdonar, pues el amor solo se pude dar por los otros y con los otros. Desde esta perspectiva, la esfera pública es el lugar por excelencia del amor.

El poder de estar con otros, cada uno desde su individualidad distinta y original, es el escenario apropiado para una experiencia de perdón que abre la novedad en el devenir histórico, político y social de los pueblos. El carácter, en apariencia irreversible, que se desencadena de la exclusión de las actividades mentales y del amor de la esfera pública, es precisamente lo que se romperá gracias a la posibilidad de perdonar.

“La posible redención del predicamento de irreversibilidad –de ser incapaz de deshacer lo hecho aunque no se supiera, ni pudiera saberse, lo que se está haciendo– es la facultad de perdonar. El remedio de la imposibilidad de predecir, de la caótica inseguridad del futuro, se halla en la facultad de hacer y mantener promesas. Las dos facultades van juntas en cuanto que cada una de ellas, el perdonar, sirve para deshacer los actos del pasado, cuyos “pecados” cuelgan como la espada de Damocles sobre cada nueva generación; y la otra, al obligar mediante la promesa, sirve para establecer en el océano de la inseguridad, que es el futuro por definición, islas de seguridad sin las que ni siquiera la continuidad, menos aún la duración de cualquier clase, sería posible en las relaciones entre los hombres.” Esta cita de Arendt en La condición humana deja planteada la tarea del político: ofrecer las islas de seguridad necesarias para una reparación que sea verdaderamente integral.