La fusión de horizontes supone un esfuerzo mayor a la simple defensa argumentada del propio punto de vista. Es la clave para conseguir una comprensión real de un argumento o comportamiento radicalmente distinto al propio. Su dificultad radica en la necesidad de no “contaminar” el proceso de comprensión con el marco de referencia propio, que emerge siempre de manera inconsciente. Por eso, hace falta una actitud altamente auto-crítica que permita un estado de alerta frente a la fácil tentación de querer juzgar siempre desde el propio punto de vista.
En esta tarea, cabría pensar que los colombianos contamos con una ventaja otorgada por la marcada diversidad de nuestra cultura. Estar siempre al lado de otros distintos es, en principio, el escenario ideal para poder descentrarse del propio mundo e intentar una comprensión de la diferencia. Pero, de modo paradójico, encontramos que nuestra cultura es una de las más intolerantes y violentas. Estar con alguien diferente genera en nosotros, ya no respeto ni mucho menos curiosidad, sino temor y una marcada necesidad de resaltar la diferencia. Este comportamiento responde, tal vez, a una historia bañada por el horror de la violencia, pero sobre todo por un profundo individualismo que bloquea la humana necesidad de conocer a otros y de enriquecerse con mundos nuevos. Solo si las nuevas generaciones procuran trabajar en torno a este descentramiento, será posible alcanzar una sociedad en paz.
Desafortunadamente, el camino que muchos han emprendido con miras al diálogo y al reconocimiento de la diferencia, sufre del mismo problema que arriba se expone. Las minorías que luchan por sus derechos, tienden a configurar un discurso altamente excluyente que lo que consigue es polarizar de modo radical a la sociedad. El lenguaje utilizado por quienes representan estos sectores de la sociedad está poblado de adjetivos que descalifican a quienes “no son como ellos” o a quienes tienen una idea distinta acerca del mundo y de la sociedad. De este modo, su esfuerzo de vinculación social corre el riesgo de fracasar rotundamente pues la única manera de existir socialmente será desde lo distinto e irreconciliable. Perpetuar lo radicalmente distinto solo servirá para impedir el encuentro y el descubrimiento de lo común y, sin espacios comunes, es imposible la construcción de una sociedad real.
Un punto de partida para la superación de esta gran tara social que hoy enfrentamos sería el esfuerzo por procurar una fusión de horizontes en la vida personal. Ya que para la mayoría de los colombianos, la tarea no es la incidencia directa en las grandes estructuras sociales, sino la construcción diaria del propio entorno personal, es desde allí que nos corresponde iniciar el cambio y confiar en sus importantes repercusiones. La fusión de horizontes empieza por el abandono del “ego-mundo” y la búsqueda entusiasta del mundo del otro. No se trata de reafirmar la propia diferencia frente a los demás, sino de aprender a descubrir que en la aparente diferencia del otro, hay un yo mismo que puedo reconocer y comprender. Es de este modo que la cultura entrará por caminos reales de reconocimiento que traerán consigo la conquista del respeto y la paz, bienes tan necesarios y anhelados por nuestra herida sociedad colombiana.
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