EL MITO DE LA LIBERTAD
La Arcadia del romanticismo nos ha legado un
poderoso mito que se convierte en paradoja cada vez que alguien intenta
alcanzarlo. La famosa afirmación rousseauniana según la cual nacemos libres
pero la sociedad nos corrompe se ha arraigado fuertemente en las mentalidades
de todos los pueblos occidentales y nos ha hecho considerar como enemigo número
uno de nuestra libertad a la sociedad misma. Si la estructura social nos aleja
de nuestra naturaleza y, por tanto, de la expresión real de nuestro verdadero
yo, lo que queda es el rechazo o, para ser moderados, la profunda sospecha de
todo aquello que la sociedad ofrece.
Esta postura es problemática desde muchos
puntos de vista. En primer lugar, es contradictorio pensar que una realidad que
existe y es constituida por seres humanos sea ajena y contraria a lo que el ser
humano es. La naturaleza humana a la que Rousseau apela, está desprovista de lo
más constitutivo de la especie humana, esto es, su condición social y su
profunda "dependencia" cultural. Ya lo había señalado Aristóteles de
modo contundente: el hombre es un ser social por naturaleza, y veintidós siglos
después no conseguimos asimilarlo aún.
Justamente en el carácter social de nuestra
condición está la clave para entender en qué consiste la libertad humana: somos
libres porque somos sociales y somos sociales porque somos libres. Ningún otro
animal tiene comprometida una parte tan significativa de su vida a la
construcción libre. De hecho, en los animales la determinación indica con
claridad el comportamiento y garantiza, en la mayoría de los casos, el éxito en
la acción. La indicación de la biología es suficiente para el desarrollo vital.
En cuanto al hombre, al contrario, encontramos que la pista biológica es
insuficiente y errática. Es necesario el ejercicio de la libertad para el
desarrollo vital, que deja de ser biológico para convertirse en biográfico. Con
su acción libre el ser humano despliega su vida... o no.
La Arcadia romántica propone una libertad sin
determinaciones y sin sociedad. Un espacio en el que nada ni nadie ofrece
pautas de acción. Un limbo vital donde se puede hacer lo que se quiera en
consonancia con la "naturaleza". Esta idea de libertad ha generado
unas expectativas absolutamente ficticias en miles de seres humanos que, al
perseguir su profunda naturaleza han rechazado sin más su entorno social, al
considerarlo como obstáculo insalvable para alcanzar su libertad. Lo que ha
quedado ocluido por este mito es justamente que la opción única y real que
tenemos para ser libres está en la sociedad misma. Las determinaciones sociales
son necesarias para ejercer lo que somos y justamente, nuestra libertad se
amplía en la medida en que establecemos más determinaciones a nuestra acción.
Son muchas las vidas que terminan en el fracaso
por perseguir este mito de la libertad indeterminada, solo posible en la
irrealidad de Arcadia, pues al no entrar de lleno en la vida social recurren a
la evasión a través de “paraísos artificiales” –por usar la expresión de Baudelaire
al referirse a sus experiencias con el opio y el hachís–, que acaban por
reducir al mínimo la maravillosa posibilidad humana de ejercer su libertad en
plenitud, a través del compromiso.
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