Se acercan días de reflexión y descanso. Son días en los que cambia el orden de las cosas. Las rutinas se abandonan y aparece, como premio, el tiempo libre. Las personas se plantean qué hacer en estos días. Para el católico practicante, el tiempo litúrgico se encarga de marcar el ritmo. La participación en la Semana Santa le invita a disponer todo su ser para penetrar en el misterio de la muerte y resurrección del Salvador. Kairos o el tiempo de Dios toma el lugar de lo que antes estaba poblado por reuniones, citas, trancones y el sin número de asuntos que colman el tiempo lineal humano.
Pero, no todos deciden seguir el tiempo litúrgico; algunos acuden en masa a las terminales de transporte terrestre y aéreo y emprenden un viaje, ansiosos por desconectarse del mundo en algún lugar apartado de la cotidianidad. Los paraísos vacacionales ofrecen una variada gama de diversiones que logra convencer a muchos. Pero después del frenesí de la huida, llega el momento de encontrarse frente a frente con el tiempo libre.
Este estar frente a frente con un tiempo despoblado genera un estado de ánimo muy peculiar que es, tal vez, la razón por la cual buscamos siempre escapar de la rutina.
“Parece, sin duda, que en nuestro afán cotidiano nos hallamos vinculados unas veces a éste, otras a aquel ente, como si estuviéramos perdidos en éste o aquel distrito del ente. Pero, por muy disgregado que nos parezca lo cotidiano, abarca, siempre, aunque sea como en sombra, el ente en total. Aún cuando no estemos en verdad ocupados con las cosas y con nosotros mismos- y precisamente entonces-, nos sobrecoge este “todo”, por ejemplo, en el verdadero aburrimiento. Éste no es el que sobreviene cuando sólo aburre este libro o aquel espectáculo, esta ocupación o aquel ocio. Brota cuando “se está aburrido”. El aburrimiento profundo va rodando por las simas de la existencia como una silenciosa niebla y nivela a todas las cosas, a los hombres, y a uno mismo en una extraña indiferencia. Este aburrimiento nos releva el ente en total”.
Esto dice Martin Heidegger en su libro ¿Qué es metafísica? Aquí, llama a ese peculiar estado de ánimo que deviene cuando nos enfrentamos con el “ente en total”, aburrimiento. Pero no es un aburrimiento sin más, nos dice; es un verdadero aburrimiento. Cuando el ser humano se enfrenta con la realidad al desnudo, cuando no se ocupa concretamente de nada, se encuentra, tal vez, más inmerso en la realidad misma. Es la oportunidad de salir de la fragmentación en la que vive y de encontrar unidad durante algunos instantes que limitan con la eternidad.
De este tiempo vacío surge la reflexión. De esa aproximación a la unidad del todo surge un pensamiento más claro, una comprensión más profunda de la realidad y del lugar que le corresponde a cada cual en ella. Así las cosas, es inevitable lanzar una invitación para los días que se acercan: abrir un espacio al verdadero aburrimiento. Tal vez así el fruto del descanso aumente e incluso sea posible vislumbrar algo del Kairos, que es el que ha permitido a todos hacer este alto en el camino.
Es verdad, pero ese espacio en el cual la mente no esta ocupada en una acción como cotidianamente lo hace, conlleva al hombre muchas veces no en pensamientos positivos sino mas bien negativos. La imaginación del hombre no tiene limite, y muchas veces en ves de pensar positivamente sobre un objeto recaen pensamientos oscuros, como el suicidio, pensamientos tristes sobre las personas que uno quiere, recuerdos en los cuales puede uno sumergirse durante prolongado tiempo, recuerdos que tal ves uno quisiera cambiar pero que solamente se puede hacer con la imaginación.
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