lunes, 11 de abril de 2011

EL MENSAJE DEL TIEMPO

Indiscutiblemente la característica central de la vida es el movimiento. Todo ser vivo cambia, se transforma, crece y muere. Cuando aparece un ser que puede hacerse consciente de este movimiento y de las innumerables vicisitudes a las que se enfrenta un organismo vivo, aparece también la categoría de tiempo. Ese afán de comprender en qué consiste dicha condición cambiante, ha llevado a que el ser humano comience a aplicar una categoría que mide, registra y explica el devenir del movimiento en la vida. El tiempo ha adquirido a lo largo de la historia distintas formas. Para el hombre primitivo era un compañero inevitable. El tiempo implícito inconscientemente en todas las actividades, no fue nunca medido. En las primeras civilizaciones, gracias al excedente de tiempo que inaugura la agricultura, aparecen observadores que registran los cambios y encuentran coincidencias. El reloj de sol como pionero en este proceso de medición permitió ordenar las actividades según lo determinara el majestuoso astro. La medida del tiempo en principio fue un intento por comprender el orden superior en el cual estaba inmerso el ser humano. Sólo tenía sentido marcar así el movimiento si se entendía en relación con los designios divinos.


El tiempo ha sido siempre esa categoría que limita de manera misteriosa con lo trascendente, con lo divino. El tiempo nos mantiene informados de nuestra caducidad, al mismo tiempo que nos habla de una posibilidad de más allá. Antiguamente se mantuvo relativamente claro que la medida del tiempo debía respetar el orden del cosmos y la naturaleza. La actividad y el reposo, el cultivo y la cosecha, la producción y el descanso, estaban determinados de antemano por el orden cósmico natural. Medir el tiempo era simplemente un intento por descifrar parte de su misterio para así participar mejor del orden.

Pero cuando el hombre se emancipa del cosmos y se encuentra a sí mismo arrojado en el enorme vacío del mundo sin sentido, el tiempo se convierte en su tabla de salvación. En la modernidad el tiempo deja de ser una señal para convertirse en un objeto anhelado. Cuanto más tiempo cree poseer el hombre, más seguro se siente de sí mismo. La obsesión por medir el tiempo en fracciones cada vez más pequeñas es un reflejo de la avaricia que despierta la posesión de este nuevo y extraño bien.

Los ritmos de vida se aceleran de forma desmesurada y pronto tiene lugar un desgarramiento con los de la naturaleza, que ya no tendrá marcha atrás. El hombre moderno vive en el vértigo del tiempo infinito. El cometido es llenar cada fracción de segundo con toda la actividad posible. Una sociedad funcional comienza a ser entendida como una sociedad capaz de transformar el tiempo en dinero. El esfuerzo moderno también se ha orientado a retener en su mayor medida el paso del tiempo. En cuanto menos se evidencie el paso del tiempo en un rostro, será más apto para la publicidad y por ende más atractivo entre quienes siguen las tendencias.

Hoy nos enfrentamos una de las crisis sociales y ambientales más fuertes de toda la historia; tal vez ésta es consecuencia de no querer escuchar el mensaje que el tiempo tiene para contarnos.

1 comentario:

  1. ¿Para que ser esclavo del tiempo?
    ¿Para que limitar nuestras acciones por el tiempo?
    ¿Para que existe el tiempo?, si cuando nos damos cuenta ya no existimos

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