El cine de ficción no pocas veces ha imaginado un mundo deshabitado. Los motivos varían; a veces, como consecuencia de una gran catástrofe o en el caso de los thrillers psicológicos, debido a la toma de conciencia de que la evidencia de los sentidos no es tal y de que no tenemos posibilidad de saber si el mundo que habitamos es fruto de nuestra imaginación.
Esta imagen deja de ser ficción si nos detenemos a observar la vida del hombre contemporáneo y su modo de habitar el mundo. Lo que quiero poner en evidencia en este espacio es precisamente que buena parte de lo que hemos considerado como configuración de nuestro mundo está, hoy en día, deshabitado. Si consideramos que por décadas hemos estructurado nuestro mundo en grandes instituciones que facilitan y promueven una vida vivible, el mapa estaría compuesto a grandes rasgos por los sistemas vigentes –el político, el educativo, el judicial, el familiar, el religioso–. Sin embargo, cabe preguntar ¿quién se hace cargo de estas instituciones? ¿de mantenerlas y promoverlas? ¿quién las comprende y experimenta como parte fundamental del sentido de su vida? En otras palabras, ¿quién las habita?
Estas estructuras, que en principio son clave para el desarrollo de la sociedad, sufren hoy día del fenómeno del desierto. Ya no son lugares que los seres humanos realmente habiten sino que son, en la mayoría de los casos, lugares de paso en los que se desempeña un determinado papel que después se abandona para dar cabida a un ámbito en el cual sí se vive de verdad. Las empresas, las instituciones educativas, las esferas políticas se han convertido en lugares de transacción económica, exhibición de poder y manipulación de intereses. Ya son pocos quienes hacen de estos mundos un proyecto de vida que compromete todo su ser. El resultado es un sistema que nadie siente como suyo, un sistema que solo aparenta ser la estructura solida de la vida social pero con cualquier corriente de aire fuerte se desploma como un castillo de naipes.
¿Dónde habita entonces el hombre de hoy? La vida está fuera del sistema, en un espacio privado compuesto por los múltiples paraísos artificiales que el hombre moderno se ha dedicado a construir y que terminan por absorber la energía vital de las personas. Mundos alternativos que suponen escapar de la vida corriente, mundos virtuales a los que es fácil huir después de una ardua jornada de trabajo, mundos afectivos y sentimentales que tienen por fin la exploración de los placeres al margen del compromiso, en fin, mundos que permiten la experiencia light, en contraste con el pesado mundo de los sistemas reales.
En estos mundos el ser humano no “se la juega” en toda su magnitud. Su desarrollo se queda corto, su vida carece de fondo y de peso. El mundo de las instituciones destinadas a garantizar que cada ser humano se realice y que la sociedad sea un ámbito real, es un lugar desierto. Para retomar el sentido de las estructuras sociales hace falta que quienes las componen realmente las habiten, que se comprometan con ellas y que pongan allí todas sus dimensiones en acción. Es tarea de todos emprender esta reconquista.
El blog desierto!
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