miércoles, 30 de marzo de 2011

LA ERA DE LA FRAGMENTACION

Estamos en la era del conocimiento. Éste es el nuevo bien que todos perseguimos. Aún cuando no cabe afirmar que haya reemplazado por completo el lugar que ocupa el dinero en nuestra escala de bienes, si podemos decir que alcanzar este último está supeditado a la adquisición del primero. Sin conocimiento no hay trabajo. Sin propuestas de investigación que amplíen los horizontes de conocimiento, no hay financiación. El conocimiento se alza hoy en día como el bien mejor y más valorado, como el más reconocido, como el más noble. Desde luego, esto no es lo mismo que decir que es el bien más popular y perseguido; si así fuera, otro sería el mundo en que vivimos.

En todo caso, esta es una buena señal. La actividad humana se inclina hacia el cultivo de los saberes. Por fin el ser humano se concentra en desarrollar lo más característico de su condición: ser racional, o por lo menos intentar serlo. Así las cosas, el panorama se nos presenta esperanzador. Un mundo pensado y apoyado firmemente en los pilares del saber promete, sin duda, un futuro mejor.

Pero esta buena señal se diluye cuando observamos con detalle cómo es el conocimiento que se ha empezado a valorar y a difundir. La gran promesa se derrumba cuando descubrimos con asombro y perplejidad que estamos en un mundo de saberes fragmentados. La información se difunde a la velocidad de la realidad virtual y los medios masivos de comunicación, pero viene sin ser analizada y sin el marco contextual en el que acontece. El saber nos llega disgregado, separado y fuera de contexto. Y para agregar más drama al asunto, nos llega en cantidades desmesuradas. Las noticias, los datos científicos y las estadísticas se multiplican día tras día sin dejar espacio a la reflexión. Las ciencias se especializan cada vez más y crece a pasos agigantados el abismo que las separa. Los lenguajes son cada vez más exclusivos y la posibilidad de traducción y diálogo se nos escapa como arena entre los dedos. No por nada se ha visto esta época como una gran torre de Babel que ni la simplicidad del inglés como lengua universal logra derribar.

El panorama se puede oscurecer aún más cuando se piensa en los efectos perversos de tal fragmentación. El más terrorífico será tal vez, el intuido por los pesimistas posmodernos en el cual ya no habitamos lo real sino que representamos alegre e ignorantemente un montaje, un simulacro. En palabras de Baudrillard habitamos “los vestigios de lo real, los que todavía subsisten esparcidos por unos desiertos que ya no son los del Imperio (el de Borges), sino nuestro desierto. El propio desierto de lo real”. Ampliamos los horizontes de un mundo de ficción que poco o nada se corresponde con la realidad humana y con la verdad.

Valga el pesimismo para plantear la urgente necesidad de buscar unidad. Sólo si desandamos el camino de la fragmentación de saberes y abrimos espacio a la reflexión, a la asimilación del conocimiento y a enmarcar los datos y estadísticas en un contexto real y verdadero, podremos construir el mundo esperado en el cual la posesión del saber representará realmente una vida mejor.

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