Vivir fuera obliga a contar cosas. Pero esas cosas no son mis cosas. Mis cosas todavía están en Bogotá. Esta especie de epojé de mi vida no está poblada aún. Aunque son muchas las experiencias, muchas las personas, muchos ya los dias y las horas, mi mente y mi corazón tienden al pasado de manera tan fuerte que mis inutiles esfuerzos por taerlos al presente me llevan a profundos avismos, a los avismos que resultan de intentar enfrentar el presente sin cabeza y sin corazón. Algunos dicen que el tiempo promedio es de tres meses, y otros (más sensatos al parecer) dicen que a los tres comienza el proceso, el darse cuenta, que se sucede de agudas crisis. Creo en la segunda versión (la más sensata) que me dispone de un modo peculiar al enfrentar el día, a hacer las cosas. Me dispone de manera >peculiar porque es distinto saber porqué ando como ando, a andar a tientas no ya solo con el mundo sino conmigo misma también. Mientras logro equilibrar de nuevo el corazón y la cabeza, es decir, mientras dejo de añorar menos y me dedico a vivir más, tengo los buenos recuerdos de amigos entrañables, que están ahora más presentes que antes en mis recuerdos y en >mis anhelos. Un recuerdo de ustedes me impulsa a la vida, por eso son el recuerdo más recurrente y más fuerte.
Ya está saliendo el sol. Finalmente. Aunque acostumbrada a las lluvias bogotanas, no soportaba ni un aguacero más en este lugar que casi nada tiene que ver con la sabana de Bogotá. El calor hace cambiar también el humor. Todo está verde y brillante. Hay muchos tulipanes. Cuando voy caminando y los veo me sorprendo. Siempre me sorprendo. Esas son las cosas buenas de no estar acostumbrada. Ojala nunca me acostumbre. Ojala tampoco me acostumbre nunca a estar lejos. No quiero dejar de recordarlos y de anhelarlos.
Aleja
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