El asombro ante la realidad es la actitud propia e ineludible de quien aspira a ejercer el oficio del filósofo. El talante filosófico no es compatible con el acostumbramiento ni mucho menos con la indiferencia. Sólo quien se sorprende día a día con lo que le rodea, por más cotidiana que sea su existencia, será capaz de filosofar en serio. Esta condición sine qua non del filósofo es la que permite atravesar el velo de lo siempre dado para descubrir aquello que hace que cada cosa esté revestida una novedad tal que exige indagar en su constitución y más allá de ésta, en sus causas últimas.
Platón, en Teeteto, narra el accidente de Tales de Mileto:
"para contemplar las estrellas alzó la vista y cayó en un pozo, y entonces una muchacha lista y graciosa, tracia, se burló de él, pues se afanaba en saber lo que hay en el cielo pero le pasaba desapercibido lo que tenía delante suyo, a sus mismos pies. Y esta misma burla sigue alcanzando siempre a los que viven en filosofía".
La risa de la muchacha tracia, ha tenido gran eco en la historia. El quehacer filosófico sigue siendo considerado en muchos casos, un ejercicio que carece completamente de utilidad y que no hace más que distraer a algunos de los acontecimientos diarios. Estos acontecimientos, llenan las páginas de los diarios, el tiempo de los noticieros y, de paso, las mentes de aquellos que viven inmersos en la rutinizada vida moderna. Así, la capacidad de asombro tiende, de modo vertiginoso, a desaparecer como actitud vital. La sorpresa ante lo sucedido es cada vez más escasa. Hechos tan espeluznantes como la guerra y los ataques terroristas residen con anticipación en la imaginación gracias a Hollywood, de modo tal que cuando estamos ante ellos, no son más que la repetición de una escena ya conocida que no genera en nosotros más que un profundo hastío.
La opción ante este cansancio es la evasión. Cada uno refugiado en alguna de las múltiples distracciones que ofrece el mundo tecnológico o la diversión social, olvida rápidamente la sucesión de acontecimientos de los que ha sido testigo virtual y con este olvido queda enterrada también la capacidad de sorpresa.
Por ello es urgente un retorno al asombro que exige poner entre paréntesis el flujo de acontecimientos, detenerse un poco a “contemplar las estrellas” como lo hizo Tales de Mileto, y correr el riesgo, con valentía, de caer en el pozo de la reflexión filosófica, a expensas de la burla o el desconcierto de quienes miran. La actitud filosófica es fundamental para encontrar el sentido de los hechos. Todo acontecimiento tiene causas que explican su origen y fin y éstas, por lo general, no se presentan de manera explícita.
Es recomendable fomentar la capacidad de asombro. Si bien, como seres humanos la poseemos de modo natural, factores culturales y sociales nos han hecho olvidarla poco a poco. Ante tal olvido el antídoto es la filosofía misma. Aprender de quienes, asombrados, pudieron ver más allá de los hechos, es un camino seguro para revivir aquel talente que nos despierta del profundo sueño en el que nos ha sumido la indiferencia.
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