Historias de una vida mal lograda, que dejan en todos nosotros desazón e inquietud, aparecen con frecuencia en los diarios y noticieros de nuestro país. La historia del soldado Domínguez es una triste muestra de ello. Muchos de los reportes hablan del desequilibrio psicológico del soldado como causa de su prematura y violenta muerte. En una sociedad que resuelve todo a través de diagnósticos y que privilegia la dimensión interior e individual de las personas, es normal que muchos se queden tranquilos con esta explicación. Inculpar a la locura deja exenta a toda la sociedad.
Pero una historia como estas debe generar en todos, y primero en los periodistas, el afán de indagar en las causas reales que llevaron a que un joven colombiano que, como muchos otros, quedó en manos del secuestro por servir a la patria, haya tenido un desenlace tan desafortunado. Ya su vida estaba rodeada de múltiples factores desfavorables y difíciles de afrontar. Pero el encuentro con el secuestro supuso para él la posibilidad de descubrir un potencial que tal vez en otras circunstancias no hubiese podido vislumbrar. Un compañero de secuestro dice que el soldado Domínguez le enseño la paciencia y lo define como una persona inteligente. No se explica cómo pudo malograr su vida de ese modo y menos aún entiende que le achaquen toda la responsabilidad a una enfermedad psiquiátrica. Este testimonio pone el dedo en la llaga. El soldado al salir de cautiverio no solo demostró las características ganas de vivir de todo aquel que recibe de nuevo la libertad, sino que había puesto sus esperanzas en un talento antes desconocido para él, que le permitía trasmitir directamente desde el corazón, lo que había representado esa dura experiencia.
Muchos dicen que la causa de su desgracia fue encontrarse de bruces con una realidad que contradecía sus expectativas y que representaba, no solo constatar que las cosas estaban mal, sino que los pocos aspectos sólidos que tenía antes del secuestro, habían hecho agua durante su ausencia. Pero la clave de comprensión de esta historia y de otras tantas del mismo estilo, está en desmarcar la tragedia del plano puramente personal. Aún cuando es cierto, y no se pueden desconocer los hechos puntuales que el soldado tuvo que enfrentar, es necesario hacer frente a la responsabilidad que la sociedad tiene en los acontecimientos.
Esta historia reafirma de manera cruda que como sociedad no estamos preparados para sostener un proceso de reinserción a la vida civil, ni de quienes han estado privados de su libertad por causa del secuestro, ni de aquellos que tras haber dejado las armas quieren retornar a la vida social. Si a un soldado que pretendió servir a la patria y que alimentó esperanza en su retorno, le sucede lo que todos hemos visto, ¿qué otro tanto le sucederá a quien ha crecido rodeado de muerte y dolor?
Somos individuos huérfanos de sociedad. El apoyo social que resulta esencial para que las personas alcancen una vida lograda, es prácticamente inexistente en Colombia. Contrario a lo que muchos creen, el terrible mal de nuestro pueblo es el individualismo, que de modo más rotundo que en otros países se ha apoderado de toda nuestra vida.
Este artículo sustenta también lo de la falta de garantías en el regreso de los secuestrados: http://www.semana.com/nacion/olvidados-patria/163925-3.aspx
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