Tendemos a definir, de manera inconsciente, el valor de las personas no tanto por lo que son, sino por lo que hacen. Tal vez en nuestra mente y nuestro corazón la premisa de querer al otro por su ser está clara y funciona como ideal ético. Sin embargo, existen diversas fuerzas culturales que siembran dudas al respecto y promueven una visión más pragmática y utilitaria sobre lo que deben representar los otros para nosotros. Este es el caso de la eutanasia y el aborto por malformación o enfermedad.
Una persona que antes se caracterizaba por su actividad y productividad y que por diversas circunstancias deja de hacerlo, queda confinada a una cama y no tiene posibilidad de expresar, del mismo modo, lo que siente y piensa. Desde una mirada pragmática, la persona ha dejado de ser lo que era. Bajo este argumento, quitarle la vida a la persona constituye hacerle un favor y no choca con la premisa ética de querer al otro por lo que es y no por lo que hace. Sin embargo, este argumento constituye una falacia gravísima que confunde nuestro corazón hasta el punto de creer que matando estamos haciendo un gran bien. El engaño está justamente en limitar el quehacer y ser de la persona a su ejercicio racional y a su actividad física. Esta postura desconoce completamente una de las dimensiones clave de la persona humana, a saber, la relación.
Lo que caracteriza a las personas humanas, más aún que la misma racionalidad, es la capacidad de relación y la posibilidad de encuentro con el otro. El ser humano es el único ser vivo para el cual el otro es un alguien significativo. Un alguien que representa para mí, no solo un congénere de mi especie sino sobre todo, un mundo nuevo y distinto que puede suscitar en mí una multiplicidad de sentimientos, reacciones, actitudes, pensamientos y afectos. Esta peculiaridad de la persona humana hace que el encuentro con otro siempre sea una fuente de novedad. Siempre será distinto cada encuentro, pues ese otro, ese alguien, tendrá algo nuevo que dar.
Solo desde esta perspectiva se puede entender en su totalidad el valor de cada persona en el mundo, pues independientemente de su ejercicio racional o actividad física, siempre tendrá algo nuevo que dar. Lo que hacen los que “ no hacen nada” es precisamente lo que permite que podamos desplegar en toda su dimensión nuestro ser personal. Con aquellos que carecen y necesitan, es que podemos ejercer la generosidad, la entrega y comprobar que en estas capacidades no tenemos límite. Siempre se puede dar más, siempre se puede ser más generoso y más aún si estamos hablando de cuidados, atenciones, paciencia y constancia. El poder ilimitado que el ser humano tiende a buscar en otras fuentes –el dinero, el poder, la fama–, tiene entidad real en circunstancias en las que la tarea es el cuidado del otro.
Por eso, decisiones como la eutanasia, el aborto en caso de malformación o enfermedad, la exclusión en caso de incapacidad, son no solo un atentado contra la vida humana, sino también contra la posibilidad propia de todo ser humano de ejercer plenamente como persona en el mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario