miércoles, 3 de octubre de 2012

LETARGO O ENSOÑACIÓN


 
¿Qué se puede esperar de una cultura sin lectura y apreciación del arte? Sólo un triste e irremediable estado de letargo. Cuando las fuentes de consumo no tienen ningún componente artístico, sino que se limitan a enlatados televisivos, música mediocre reproducida incansablemente por la radio, cine comercial y el inmenso pero poco profundo mundo de la Internet, la cultura pierde la capacidad de ensoñación que podría hacerla despertar del profundo letargo en el que se ve sumida.
El letargo supone la pérdida de actividad de los sentidos. Si bien, quien se encuentra en estado de letargo mantiene los signos vitales necesarios para sobrevivir, no reporta ningún tipo de reacción ante los estímulos que se le ofrecen y por ende, tanto los sentidos externos como los internos, se encuentran en una suerte de parálisis vital. Quien se encuentra en este estado puede ser manipulado a su antojo por un sujeto externo y corre el riesgo, si cae en manos aprovechadas, de sufrir abusos de todo tipo. Sólo si de su parte hay algún tipo de reacción fuerte, el aletargado puede llegar a liberarse de tal sometimiento. ¡Qué mala suerte si aquellos que manipulan y engañan están, a su vez, aletargados!
La vida social del hombre supone estados de letargo y de vigilia. El afán de supervivencia, dadas las circunstancias adversas que supone la sociedad actual, nos lleva a que los estados de vigilia se concentren en la defensa del pequeño espacio vital que nos promete felicidad o el derroche de fuerzas espantando los riesgos y amenazas que nos asechan. Paradójicamente, el estado de letargo es la alternativa que tenemos para crecer y desplegarnos, al margen de la manipulación social.
Esto solo es posible si el letargo se transforma en ensoñación. Quien sueña, aun cuando parece inmóvil, registra una profunda actividad. Los sentidos externos están plenamente activos y transmiten sensaciones tan vividas, que el soñador muchas veces prefiere no despertar. Hay quienes en sueños han podido resolver complejas situaciones para las que la vigilia no ofrecía suficientes herramientas. O quienes han visto con más claridad las intenciones de algún otro que, durante la vigilia, era sumamente difícil de leer. La ensoñación ofrece posibilidades humanas y también supra humanas, como las de volar, poseer fuerza física ilimitada, o estar en dos lugares al mismo tiempo para ser espectador de las propias acciones.
Para una cultura en letargo, la opción es la ensoñación, y la posibilidad de ensoñación es el buen arte. Sólo si hay lectura de buena literatura y ensayo, puede haber pensamiento activo y libre. Sólo si nuestra vista es nutrida por verdaderas artes visuales, se puede esperar una cultura capaz de proponer y transformar. Los espacios artísticos y la misma ejecución de la obra de arte suponen un gran componente de ensoñación que, contando con el despliegue de los sentidos en su totalidad y más allá de los límites que impone la vigilia, alcancen lugares y experiencias llenas de novedad. La ciudad respira por los espacios artísticos y a su vez, se despierta ella misma del letargo. Una ciudad que cuenta con ese oxigeno, podrá funcionar mejor, así quienes hacen cabeza permanezcan sumidos en un profundo e interminable letargo.

EL CLUB DE LA ACADEMIA



En una época en la que se presenta como el nuevo bien apetecible, ya no la posesión de bienes materiales por sí solos, sino la de aquellos que permitan acceso a la mayor cantidad de información (dispositivos tecnológicos de última generación), la producción y, sobre todo, la difusión del conocimiento se convierte en el centro de la actividad intelectual.
El profesor canadiense Jean Claude Guédon, pionero en Open Acces, quien por estos días visita nuestro país, ha teorizado en torno de las transformaciones que supone este giro de intereses y los posibles problemas que una errada concepción de estas nuevas dinámicas puede traer para el sistema educativo. Según el profesor Guédon, la posesión de conocimiento, hasta la primera mitad del siglo pasado, era considerada exclusiva de una pequeña elite. Quien poseía conocimientos estaba revestido de un halo de grandeza y dignidad que, desde la ignorancia, los otros no podían más que admirar. El monopolio del conocimiento se entendía como algo absolutamente normal y propio de determinadas elites encargadas de producirlo. La difusión de dicho conocimiento debía darse de modo restringido en lenguaje especializado, o ser sometido a un proceso de traducción y “rebajamiento” si se quería llegar a las masas.
Este esquema ya no es el mismo. La premisa del siglo XXI es el acceso libre a la información. El conocimiento migra de las elites a las masas, pues ahora todos pueden acceder fácil y rápidamente a millares de bits de información. Esto exige una revisión tanto de la educación como del oficio del académico.
Si estuviéramos en el mundo ideal, esta transformación sería la completa y total realización del sueño ilustrado. Con el conocimiento difundido a todos los rincones de la humanidad, tendríamos las herramientas necesarias para progresar social y humanamente. El libre acceso a la información promovería el desarrollo real del pensamiento. Pero en el mundo real las cosas no se han dado de ese modo. No hay libre acceso a la información aun cuando las herramientas existan y se han consolidado nuevas elites, ya no de conocimiento, sino del monopolio del acceso, uso y usufructo de estas herramientas.
Los famosos index en los que se mide y clasifica la calidad, pertinencia, seriedad y difusión de las revistas científicas es una muestra de ello. Guedón ha asemejado este fenómeno al de la afiliación a un club al cual sólo es posible pertenecer si cumples con unos requisitos de clase, fama y dinero que acreditan la conveniencia de la membresía (no para el individuo sino para el club, obviamente). En el caso del acceso a la publicación en determinadas revistas sucede lo mismo. No importa la calidad y excelencia real del trabajo que se presente. Importa si el autor del texto cumple con los requisitos de reconocimiento social que pone como requisito la revista. Ya sea por procedencia, lengua e incluso por el tema mismo (si está de moda o no), se mide si merece ser difundido dicho producto de conocimiento. De este modo se restringe y manipula el acceso a la información y, con ello, se reducen las posibilidades de que los medios de difusión masiva efectivamente estén poblados de verdadero conocimiento y no de información vacía.