El último libro del filósofo español Alejandro Llano, que tiene como título el de esta columna, es una merecida reivindicación de la filosofía como aquel saber que, en su anhelo de verdad, puede hacer “rozar la felicidad con la punta de los dedos” a quien decide emprender con valentía y pasión esta magna tarea.
Le presentación del libro, que ha tenido lugar el jueves pasado en el auditorio de la Universidad de La Sabana, ha sido un espacio reconfortante en el cual el autor ha abundado en algunos puntos de su última obra. Cabe resaltar entre ellos sus ideas en torno a los sueños como aquello que comparece en la vida del hombre, muchas veces con más fuerza y nitidez que la experiencia de la vigilia. El filósofo español señala que los sueños, siguiendo Calderón, componen gran parte de la vida de los seres humanos. La ensoñación está presente no sólo cuando dormimos sino que el mundo de los pensamientos esta poblado de ensoñaciones que son los que nos permiten interpretar las cosas y las personas. Los sueños, a la vez son los que impulsan los grandes proyectos vitales y mantienen el vínculo con el futuro y el pasado, categorías también vigentes solo en el ámbito de lo no real. Este carácter irreal de la vida humana es, para Llano, la posibilidad, por contraste, de vislumbrar lo real, algo verdadero en sí mismo. Es la filosofía la que tiene la tarea de explorar estos contrastes hasta lograr colarse, por sus fisuras, en la realidad misma.
Esta perspectiva de la realidad sitúa al filósofo de modo estratégico frente al espectáculo del mundo. Todos los ámbitos de la sociedad –desde la política hasta la religión– son ámbitos que merecen una intervención filosófica. De hecho, estos campos reclaman una reflexión que reoriente algunos de los caminos por los que se han extraviado los esfuerzos humanos. La filosofía tiene algo que decir, no solo en el ámbito cerrado de la disciplina, sino en todos los escenarios de la sociedad. El filósofo español ha seguido este llamado casi al pie de la letra, pues su preocupación por difundir su conocimiento lo ha llevado a realizar numerosas publicaciones de carácter divulgativo dirigidas a los hombres de la calle. Es, tal vez, esta característica lo que permite afirmar de él, que es un verdadero filósofo, pues, como él mismo ha señalado, al filósofo le gusta la vida en las calles, especialmente en las ciudades, pues es el lugar en el que ocurre el encuentro con los otros y donde se presenta en plena ebullición la multiplicidad de versiones de la vida humana. Esta vida es de donde un verdadero filósofo bebe, orientado desde luego por la interlocución con quienes en la historia han trazado pasos significativos en los caminos de la filosofía.
El diálogo intelectual, marcado por la amistad y el amor, es la clave de esta tarea ya que “si dirigimos con otro los ojos hacia la realidad, el diálogo tiene unas consecuencias imprevisibles y, en ocasiones, sorprendentes. La condición para que suceda esta maravilla es la disposición a anteponer el valor de la verdad al placer del supuesto triunfo retórico.” Caminos de la Filosofía, p. 31.
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