lunes, 18 de julio de 2011

ARTE Y FILOSOFÍA

¿Acaso no es suficiente el arte que en su silencio, repleto de sentido -o sin sentido- ya nos basta como mensaje de lo inasible y del misterio que nos envuelve? ¿Para qué la filosofía, con su interminable preguntar, con su modo, a veces incomodo de indagar, cuestionar y escudriñar en la médula del ser e irrumpir con la razón en el plano imperturbable de la sublime o escabrosa naturaleza del fenómeno artístico?

A pesar de recoger, siempre y principalmente, el mundo de lo sensible, de lo irracional, de lo emotivo, el arte se presenta también como pregunta, como movimiento constante, como promesa de verdad. Esta innegable dimensión tiende un sólido puente con el quehacer filosófico que se asemeja a un interminable tejido lleno de novedad.  

Aunque dicha relación siempre ha estado presente, es en la filosofía contemporánea que el límite entre ésta y arte tiende a perder su nitidez, pues el ser humano al estar inmerso en la existencia y al encontrar en ella el misterio y la maravilla de la contradicción, pone en interrogación el excesivo racionalismo que deja al ser humano encerrado en sí mismo e inmerso en un estado auto–consciente que lo distancia de los otros y de la vida misma. Del malestar moderno, surge una nueva apertura que implica la experiencia creadora de salir de sí hacia los otros de manera radical y que permite reconocer en esta experiencia algo de, lo que bien valdría llamar, la condición humana. Así, se abren nuevos caminos para entender la experiencia del lenguaje que invita, en este caso, más que a una ética, a una estética.

Desde esta perspectiva, se vislumbra un horizonte de reflexión que tiene como propósito la búsqueda de lugares de encuentro entre filosofía y arte que, como en el caso concreto de la poesía, trasluce la cercanía entre la pregunta por el ser y la experiencia artística.

Basta seguir los pasos de un filósofo y un poeta que encuentran identidad para descubrir que tal límite es del todo inexistente. Las reflexiones de algunos filósofos sobre el arte de renombrados poetas son un claro ejemplo de cómo aquél leiv motiv que, tanto arte como filosofía persiguen, se presenta en términos similares desde los dos lenguajes. Es decir, la especulación filosófica está presente, así sea de manera tácita, en la inspiración poética; y aquella, al ver nacer el verso, sin duda se habrá ayudado de los escalones del asombro y la reflexión, herramientas propias del quehacer filosófico. Sólo un poeta consigue una aproximación tal al problema central del conocimiento humano:

“¡Y nosotros: espectadores, siempre y en todas partes,
vueltos hacia todo, pero nunca hacia fuera!
Esto nos desborda. Lo ordenamos. Se derrumba.
Lo ordenamos de nuevo y nos derrumbamos nosotros.
¿Quién pues, nos dio la vuelta de tal modo
que hagamos lo que hagamos siempre tenemos la actitud
del que se marcha?”
(Rilke, Las elegias de Duino)

Pero sólo el filósofo es capaz de aprovecharla en toda su dimensión.

“El hombre, por el contrario, capaz como es de ordenar el caos, experimenta intensamente su irreductible amenaza. Ve que el riesgo de una ruina total, de una desilusión absoluta, permanece constantemente pendiente sobre su cabeza.” (Heidegger, ¿Y para qué poetas?)

lunes, 11 de julio de 2011

IMAGINARIOS SOCIALES PERVERSOS II


En la anterior columna expuse brevemente qué es un imaginario social y cómo en Colombia poseemos unos cuantos que tienen un efecto perverso para el desarrollo social. Se ubica el imaginario social en el plano de la precomprensión, es decir, en aquel ámbito con el cual contamos antes de que entre en acción la comprensión teórica. Este sugerente concepto que tomo de la filosofía heideggeriana hace referencia, más que a un posible estado in o sub consciente, al trasfondo de lo que constituye la construcción conceptual. Este trasfondo hace alusión, de manera fuerte, al contexto o entorno como lo que nutre en primera instancia aquello que permite configurar un concepto acerca de una determinada cosa. Por esto, la complejidad de los imaginarios sociales radica en lograr captar sus fuentes y su real configuración pues al ser cosas de las cuales no estamos completamente al tanto, tendemos a desecharlas por irrelevantes.
Hago esta breve explicación porque considero que si queremos descubrir y entender algo así como una identidad colombiana, es necesario dirigir los esfuerzos hacia esa “oscura” zona de los imaginarios. La antropología cultural ha hecho valiosos aportes en este sentido; pero éstos todavía no consiguen liberarse de quedar catalogados, dentro del ambiente académico, como conocimiento exótico o pintoresco (en algunos casos porque los mismo investigadores se encargan de presentarlos como tales).
Pero, más allá del ámbito académico, el esclarecimiento de cuáles son los imaginarios que impulsan nuestro comportamiento ciudadano es una gran herramienta de autocomprensión y orientación de acciones. No solo es el caso de corrupción el que refleja la perversidad de nuestros imaginarios; también la exagerada y ya casi ridícula estratificación social encierra una precomprensión de lo que deben ser las relaciones sociales. El servilismo ha pasado a ser un rasgo característico del modo de ser colombiano. En una sociedad en la que se pregunta por el estrato incluso antes de preguntar por el nivel de educación, es evidente que se está sobrevalorando la posición económica de las personas. Esta condición es la que determinará, no solo aspectos asociados a la economía como tal, sino asuntos relativos al poder, al respeto y a las oportunidades. El valor de la persona no está dado aquí por quién se es, sino por qué se tiene. El servilismo reafirma está lógica macabra en la medida en que supone que quien tiene más dinero tiene poder de mando sobre quien tiene menos. La aceptación tácita de estas dinámicas de relación impulsa de modo radical que el valor por excelencia siga siendo el dinero y por lo tanto, que cualquier medio sea legítimo y aplaudido para alcanzarlo.
En la sociedad colombiana, en cada uno de sus rincones, se respira esta premisa como modo de relación. La publicidad vende sueños en este sentido y los ciudadanos orientan sus vidas y sus acciones a la consecución de medios que le permitan instalarse por fin en la cima de la pirámide. Muchas veces se considera que la manera de alcanzarlo es ponerse al servicio de los poderosos de modo incondicional; se mal entiende el concepto de servicio y se cae en el servilismo radical. Así las cosas la sociedad colombiana tiene pocas claves para comprender que como personas, todos merecemos un trato igual.