lunes, 26 de marzo de 2012

LA POLIS HACE POLÍTICOS




Los disturbios de la semana pasada en las estaciones de Trasmilenio en Bogotá, vuelven a poner en evidencia la enfermedad que sufre nuestra querida ciudad. Cuando un cuerpo enferma lo hace por ausencia de algo que le corresponde. El organismo que debía funcionar de un modo equilibrado para permitir que el cuerpo sea lo que es, queda deteriorado por ausencia de alguno de sus elementos constitutivos (defensas, proteínas, etc.). La ciudad, como un gran cuerpo que exige equilibrio para funcionar como lo que es, enferma cuando carece de lo que la constituye: la ciudadanía.
Aristóteles, que concibe al ser humano como un ser social por naturaleza, entiende la ciudad no como resultado o construcción de las personas, sino como el ámbito del natural desarrollo de los seres humanos. Por lo tanto, la polis misma está configurada de manera natural como el lugar propio del hombre. Esta lógica tiene una consecuencia importantísima de la cual poco o nada somos conscientes. Esta es, que la ciudad es formadora de ciudadanos. El desarrollo humano depende en gran medida de la ciudad en la que habita. La anterior afirmación no debe confundirse con un determinismo ambiental o cultural, pues en éstos, la propuesta del hombre siempre queda radicalmente atrapada por su entorno o su cultura. Por el contrario, la postura aristotélica por la cual la ciudad es formadora de ciudadanos, exige una dinámica de doble vía en la que lo que prima no es el producto cultural sino el perfeccionamiento de las personas que habitan la ciudad. El ser humano es capaz de polis y esto exige una polis que le guie en su ejercicio ciudadano.
Comprender el desarrollo de las ciudades y de los hombres desde esta perspectiva es algo que merece una profunda reflexión, pues si se capta en qué consiste dicha dinámica y cuáles son los requerimientos tanto del hombre como de la ciudad para responder a su llamado, otras serían las políticas de gobierno y otra, radicalmente distinta, sería la vida en la ciudad.
La primera consideración que podría derivar de este enfoque es la prioridad de las políticas de formación ciudadana en los planes de gobierno de las ciudades. Sólo si se configura la ciudad en torno a los ciudadanos se podrá esperar que la ciudad misma sea el ambiente natural para que cada uno pueda ejercer como el humano que es y que forme ciudadanos. Esta formación que se espera no es el obligado cumplimiento de las normas de transito; es algo un poco más complejo y significativo: ser políticos. Lo que se espera de la formación de la ciudad es que ofrezca  al mundo y a la sociedad políticos competentes, esto es, personas que comprendan que existe un bien común y que sepan administrar el poder de acuerdo con éste. La aptitud política natural en los seres humanos, es el reconocimiento de lo común y su favorecimiento. Por lo tanto, una manifestación pública que destruye los bienes comunes es un cáncer social que ha invadido ya todo el organismo.
Una ciudad gravemente enferma, que no puede formar políticos, es decir, que no fomenta lo más natural en el hombre, solo tiene una salida: morir y volver a nacer.  

miércoles, 14 de marzo de 2012

LA COMIDA Y EL ALMA

Al ver de nuevo en estos días la película El festín de Babette, inspirada en el cuento de Isak Dinesen que lleva el mismo nombre, no dudo en calificarlo como uno de los mejores relatos que he podido conocer. Para categorizarlo de este modo señalo tres características peculiares: la novedad del tema, la sutileza de los diálogos y la exaltación del arte.
Aunque los tres aspectos se prestan para amplios comentarios, considero que el primero de ellos merece un reconocimiento precisamente porque en tiempos de comidas rápidas, la apreciación de la buena mesa parece brillar por su ausencia.
¿Por qué, para el ser humano, comer no sólo tiene un efecto biológico sino que adquiere múltiples y novedosos significados cada vez que tiene lugar? La hora de la comida siempre representará una oportunidad en múltiples niveles; en las relaciones, en el arte, en lo trascendente se abren las esferas de innovación y la comida se convierte en un motivo para conocer, para crear, para amar.
Comer es uno de los grandes misterios del hombre por la complejidad que adquiere una simple función básica (la nutrición). Basta con observar todo lo que acontece alrededor de la comida para intuir que lo que se persigue a través de ella no es una simple porción calórica. La relevancia del comer en la esfera espiritual anuncia un punto aún más alto en el significado que la comida adquiere para el animal humano. La marca del trayecto religioso está estrechamente relacionado con lo que se come y lo que no. Sin embargo, aún cuando en todas las tradiciones religiosas la comida tiene un papel crucial en el camino que el ser humano emprende hacia lo divino, nuestra época ha opacado y confundido este tipo de relación;
El festín de Babette revela una de las posibles confusiones y presenta una resolución inspiradora. En ella, se calca a la perfección la esfera de novedad que envuelve la comida; desde lo exótico de los ingredientes que Babette manda traer de Francia, hasta el contraste casi risible entre la sobriedad y sencillez de los comensales y la elegancia y deleite con que está puesta la mesa, el relato va guiando al espectador hacia el descubrimiento de lo trascendente a través de aquello que comúnmente se asocia con su contrario: el cuerpo y los placeres. La transformación que la experiencia culinaria imprime en los comensales es el sello con el cual se manifiesta el misterio del buen comer. El efecto del banquete es sorpresivo y abrumador. Los comensales quedan envueltos en un halo misterioso que los reconcilia entre sí y les recuerda el sentido de sus vidas. Justo aquello a lo que temían les ofrece, de manera gratuita e inesperada, lo que tanto anhelan.
El autor narra como “de lo ocurrido después de la velada nada puede aquí precisarse. Ninguno de los invitados lo recordó más tarde con claridad. Solo sabían que las habitaciones se llenaron de una luz divina, como si varios pequeños halos se hubieran fundido en un resplandor glorioso”. La experiencia de la que han sido partícipes es la gran obra de una artista. Han encontrado, gracias a ella, el lugar que al comer le corresponde.