Dos días de sol en Bogotá y cae
de nuevo en el olvido la tragedia invernal que nos azota. Los titulares de los
diarios cambian repentinamente y los temas del día en los programas radiales se
desplazan con facilidad hacia los hechos que atraigan oyentes. La situación que
miles de familias, empresarios y trabajadores sufren a causa del invierno, se
hace invisible. Esta es solo una situación dentro de muchas, en la que los
sucesos, por terribles que sean, no calan en las autoridades ni motivan
acciones preventivas e interventoras.
Este modo de comprender los
hechos me remite directamente a la estructura de la tragedia tal como fue
concebida por la antigua Grecia. En ella se representa no sólo una situación
vital absurda y descabellada sino que se refleja una forma de comprender el
destino que termina por explicar y resolver lo que carece de sentido. Para los
griegos, la predestinación era una condición central en la existencia del
hombre. Los designios caprichosos de los dioses, no podían ser modificados por
las acciones humanas. La actitud frente al futuro es, desde esta perspectiva,
la aceptación del destino anunciado por el oráculo, así se presente como
absurdo y doloroso. El protagonista de la tragedia, en su afán por escapar, se
comporta de manera torpe e insulsa, motivado no por la razón sino por la
soberbia. En última instancia, no actúa con libertad real. Justamente, el
concepto de libertad es un aporte posterior que nace y se desarrolla con el
cristianismo y que se nutre con la perspectiva de la subjetividad explorada por
el pensamiento moderno.
Aún cuando nosotros, –colombianos del siglo XXI– deberíamos haber heredado algo de esto –la
noción de libertad–, parece que compartimos más la perspectiva de la tragedia
griega frente a los sucesos que sufre la nación. Por un lado, nuestra pasividad
frente a las tragedias se corresponde con esa visión de mundo en la que las
acciones humanas no tienen nada que hacer frente a los designios caprichosos de
los dioses (sean estos los ríos, las lluvias o la Pacha Mama misma). Por otra
parte, la torpeza de las acciones que intentan contener los hechos trágicos
responde sin duda a la soberbia de quien sólo se ocupa de sus propios intereses
y de cuidar su posición de poder. Medidas que no responden a un estudio concienzudo
de la situación dejan en ridículo al país entero. Ejemplo de ello es la
“construcción” improvisada de “trincheras” con bultos de arena que pretende
contener al rio desbordado. Increíble que no se haya previsto que al bloquear
la entrada de agua, también se bloquea la salida y que dada la intensidad de
las lluvias, la carretera que se quiere proteger queda convertida en una
perfecta piscina. Frente a la acción torpe el resultado no es otro que quedar
condenado a la tragedia misma de nuevo y para siempre. Afortunadamente, frente
al caso en cuestión, hay también
excepciones. Se ha visto como la sociedad civil organizada es capaz de suplir
la ausencia del Estado. Sigamos procurando que la tragedia no sea nuestra vida
real sino una mera representación del absurdo, sobre la cual, como enseña
Aristóteles, podamos hacer catarsis.