La vergonzosa situación en la que
fue filmado el senador Merlano ha sido motivo de múltiples manifestaciones por
parte de los medios masivos de comunicación en la última semana. Las campañas
en la red que exigen la renuncia del senador tienen ya miles de seguidores y la
prensa sigue poniendo en primera línea hechos derivados del desafortunado
incidente. Lo que cabe preguntar frente al escándalo es qué fue lo que
realmente impactó de tal modo a la población civil para que se suscitara tal
movilización. El senador Merlano no ha hecho nada distinto a lo que hacen todos
los día millones de colombianos. Son múltiples los accidentes que se producen
por la imprudencia de conductores ebrios; y son muchos más quienes apelan a su
poder y reconocimiento social para
obtener un beneficio individual. No es algo oculto para nuestra sociedad que
las instituciones públicas están plagadas de dinámicas poco rectas y que el
tráfico de influencias es el pan de cada día en los recintos de la
administración pública. Estamos acostumbrados a estos comportamientos y, más
aún, solemos legitimarlos de la manera más descarada apelando a nuestra, muy
característica, actitud servil.
Ya en otra columna he hablado de
los imaginarios sociales perversos para describir el modus operandi del colombiano. Saltarse las normas es reconocido y
aplaudido como una increíble sagacidad que funciona como llave de acceso a lo
que el individuo anhele.
Entonces, si estamos
acostumbrados y legitimamos, de modo inconsciente (por lo menos, eso nos gusta creer), las
transgresiones a la ley y el uso del poder en beneficio propio, ¿por qué
Merlano escandalizó a la ciudadanía? Al parecer, la clave está en los medios
masivos de comunicación y la difusión de la información en las redes sociales.
Que toda la escena esté
registrada en video, como en el mejor de los reality shows, es el primer factor que desencadena múltiples
reacciones. El colombiano común, en ese video, puede verse a sí mismo
reflejado; queda allí expuesta toda su miseria; su mentalidad le es revelada de
forma cruda y sin mediación y no hay cómo maquillar el incidente; no tiene
herramientas para justificar los hechos y al contrario, siente vergüenza al
observar como cae cada vez más y más bajo. El video se difunde velozmente por
la red y las distintas manifestaciones comienzan a emerger. La primera será la
indignación: ¿Cómo un representante puede actuar de ese modo? Y justo detrás
viene la burla como segunda reacción: justamente por eso, porque es un representante.
Después vendrá la débil defensa de la dignidad del colombiano al crear grupos
que exigen la renuncia del senador. Seguramente, muchos de quienes apoyan y
promueven los grupos no han asistido a las últimas elecciones porque su vida ya
tiene lugar en la virtualidad y ese domingo prefirieron twittear sus críticas
al sistema, en medio del guayabo que les dejó el no cumplimiento de la ley
seca.
El escándalo solo ha tenido lugar
en la virtualidad y las consecuencias serán asimismo completamente virtuales.
Siempre y cuando quede constancia en la red del rechazo de la acción, bien
pueden seguir manejando los borrachos y gobernando los corruptos, esos que
representan a todos los colombianos.