Según la Real Academia de la Lengua Española, lo perverso es algo “sumamente malo, que causa daño intencionadamente y que corrompe las costumbres o el orden y estado habitual de las cosas”. Es precisamente éste el adjetivo que quiero proponer para describir el estado de nuestros imaginarios en Colombia.
Un imaginario social es una idea que ha encontrado un nicho en el pensamiento cotidiano, es decir, que se ha instaurado cómodamente en el modo como la mayoría de las personas de un grupo social comprenden la realidad. Desde esta perspectiva, no es raro pensar que los imaginarios sociales de los colombianos estén configurados de tal modo que permitan e incluso animen acciones que destruyen la sociedad.
Hace más o menos dos meses, coincidía la visita de unos profesores españoles con el estallido mediático de uno de los múltiples escándalos de corrupción que vivimos hoy. El comentario inevitable de los extranjeros estuvo dirigido a la increíble capacidad de “tolerancia” que frente a la corrupción se respiraba en el ambiente y que se pudo corroborar por la poca o nula manifestación pública de la sociedad civil en contra de tales escándalos.
Hace una semana, fui víctima de un robo dentro de un supermercado en uno de los barrios más prestigiosos y “seguros” de la ciudad de Bogotá. El comentario inevitable de muchos de los espectadores del delito fue, por inercia, “eso le pasa por dar papaya”. Además del impase que representa perder la documentación y otros bienes, quien es robado carga con la culpa del delito.
Quiero aprovechar los dos casos referidos para ilustrar la lógica perversa de nuestros imaginarios sociales. El ladrón ocupa, en este orden, el lugar del héroe que supo aprovechar una oportunidad para salirse con la suya, es el “vivo” que consiguió burlar al tonto y a la tonta norma. Este comportamiento está altamente reforzado por un entorno en el cual la “plata fácil” es la meta vital. Así, quien aprovecha una circunstancia o un cargo político o social para beneficio propio y pasa por encima del bien común y de los otros, es, si no aceptado y aplaudido, por lo menos tolerado y entendido por la sociedad entera. En nuestra lógica aún no existe la equivalencia directa entre este tipo de comportamiento y la injusticia que debe ser castigada, ante todo y primero, por la sociedad.
La corrupción es sólo uno de los muchos casos que reflejan este rasgo de nuestros imaginarios sociales. Pero hay muchos más en los que se puede encontrar una lógica que responde a la perversidad. Lo interesante del análisis de los imaginarios sociales es que estos pertenecen, como diría Heidegger, al plano de la precomprensión, es decir, a un ámbito previo al estado de comprensión en el cual no vemos claramente qué y cómo estamos pensando. Es un ámbito en el que la comprensión del mundo no es del todo consciente y por lo tanto, no podemos nos hacemos cargo de modo pleno.
Pero esto no quiere decir que estemos encadenados a estos imaginarios. El hecho de sacar a la luz algunas pistas sobre la lógica que subyace a nuestro comportamiento social es ya un primer paso para comenzar a cambiarlos.